Camilo Ernesto Ramírez Garza
Hay un dicho muy que dice: “El niño, el borracho y el loco siempre dicen la verdad” así como otro: “De poeta, músico y loco, todos tenemos un poco”. Máximas de la sabiduría popular que nos presentan verdades sobre lo humano. ¿Qué hay de común entre estos cuatro personajes: el niño, el borracho, el loco, el poeta y el músico? ¿Son portadores de un Saber –“Sin pelos en la lengua”- que nos lanzan las verdades que no queremos escuchar? ¿Lo mismo el bufón y el psicoanalista?
Desde que se inventaron las enfermedades mentales o trastornos psicopatológicos, y se les buscó un sustento biológico en cerebros trastornados en su funcionamiento, entonces se fortaleció aun más la noción de que lo que manifiesta (dice, hace, piensa, crea…) el loco, es debido a sus trastornos neuroendocrinos, por ejemplo. Aunque en la actualidad se hable de factores multicausales (biológicos, sociales, psicológicos…) de la locura, como quiera se les sigue nombrando “enfermedad o trastorno mental”. Conceptualizando a esta última como la suma de las interacciones de las funciones cerebrales; codificando el obrar humano hacia sus elementos funcionales básicos absolutos, reduciendo lo humano a lo cerebral, -o a lo genético. Ello es lo que en un momento en la historia, intenta romper el psicoanálisis creado por Freud y desarrollado por Jaques Lacan: darle importancia a la voz del sujeto, escuchar lo que dicen las personas, más allá de lo que (Yo) desde un lugar de autoridad (medica, teórica, educativa, política) pueda suponer, imaginar, considerar, etc. desde la investigación, las teorías, los prejuicios. Investigando no tanto el trastorno, sino el devenir (los procesos de construcción subjetiva) de la subjetividad: los cómo que han participado en la formación del propio Yo, diferente a cada sujeto.
En ese sentido aparece el poeta y el músico, así como el niño, el borracho y el loco, como personajes que –dejando el cientificismo- exponen para nosotros esas verdades que –social e individualmente- son rechazadas por considerarse “solo enfermedades mentales” sin relación con los sentidos de los contextos particulares. Por ello los chistes nos dan tanta risa; en la música igualmente nos identificarnos; el alcohol posibilita el surgimiento de esas cosas que se dicen y se hacen genuinamente, sin las limitantes morales o ideológicos: de ahí que se digan las verdades. O el loco –como cualquier persona- que en su decir, porta los Saberes de su vida, los vestigios de su historia, de su familia, sociedad…en ultima instancia, revela lo mismo que el “normal” considera inexistente en sí mismo.
Escuchar antes que diagnosticar o medicar, sigue siendo una labor que usualmente no se hace. Pues el diagnóstico funciona (como toda definición misma) como el lugar común desde donde se escuchará (considerará) todo lo que se diga y haga: si dice o hace cierta cosa es porque está loco, enfermo mental, carece de juicio, era solitario, violento desde chiquito, estaba traumado… aunque eso mismo pueda ser dicho por otra persona, bajo la cual no pende ninguna etiqueta que lo reduzca a solo “enfermo mental con cerebro enfermo” Pues el que diagnostica dispone de un poder sobre el otro.
Así, buscar explicaciones se vuelve una simplicidad aparentemente muy compleja. Se habla igualmente de signos, señales, rasgos que pudieran permitir anticipar (prevenir) cierta conducta o tragedia. El problema es que cuando ya ha sucedido “algo” (como la masacre en Virginia Tech) todo puede ser leído –hacia atrás- como indicio o señal de que algo iba a pasar. Otra postura podría ser, leer lo sucedido, el acto: lo que se dice y hace (el loco, el niño, el músico, el poeta…en fin, cualquier sujeto) y leerlo a la letra: pues “eso” (síntoma) porta ya un mensaje sobre una situación problemática que no se ha recibido y considerado, sino rechazado, olvidada, obviada, o simplemente “haciéndonos de la vista gorda” por prejuicios morales, políticos, religiosos, de salud. Lo que es rechazado en el orden simbólico, reaparece en lo Real (Lacan, J.)
camilormz@gmail.com
[1] Lo psicopatológico tiene la acepción “enfermedad o padecimiento psíquico” que a lo largo de la historia se ha reducido a un cierto substrato biológico afectado (cerebro): sea en su estructura o en su funcionamiento, descartando en gran medida el sentido subjetivo de tal expresión anímica: los sentidos de la locura, en donde se le restituiría al sujeto el valor de su palabra.
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