"Between joke and joke... the truth is shown"

psychoanalysis, culture, art and technology

Saturday, September 26, 2009

¿A dónde le llamo?

por
Camilo Ramírez Garza


“La muerte es del dominio de la fe.
Hacen bien en creer que van a morir.”
Jacques Lacan

"Nuestras agendas telefónicas, decía Severo Sarduy,
poco a poco se transforman en el libro Tibetano
de los Muertos"
Intento la llamada
pero no hay nadie ya que la conteste
El timbre suena hueco en el vacío.
Es la nada la única respuesta.
Las cifras dan acceso al nunca más.
Otro nombre se borra de la libreta
o en la agenda electrónica.
Así acaba la historia
Un día que ya figura en el calendario
alguien también cancelará mi nombre.
José Emilio Pacheco
A pesar de que la muerte es una certeza, no deja de interpelarnos constantemente.
“¿Quién me untó la muerte en la planta de los pies el día de mi nacimiento?” (Jaime Sabines)

La ausencia silente que deja tras de sí, es indescifrable, enigmática, lejana, y a la vez tan próxima, como el propio aliento. No es posible ver la muerte, aún la más ajena, de manera distante e indiferente, como esas muertes cruentas que se leen todos los días en la nota roja, sin plantearse la propia muerte:
“Hay cerrar los ojos de los muertos/ porque vieron la muerte y nuestros ojos/ no resisten esa visión. / Al contemplarnos/ en esos ojos que nos miran sin vernos/ brota en el fondo nuestra propia muerte.” (José Emilio pacheco)

Definitivamente no constituye lo mismo hablar de la muerte que padecer la desgarradora muerte, “…cuando mueren aquellos a quienes aman…” (Freud) dejando un hueco imposible de llenar, una pérdida irreparable con la cual se tiene que lidiar día a día. Los manuales diagnósticos, psiquiátricos y psicológicos nos dicen que el duelo es una reacción normal -dependiendo de su duración e intensidad- ante la pérdida de un ser querido. ¿Normal? ¿Se puede medir la tristeza aplastante e intraducible? ¿Quién o quiénes y por qué razón, se auto-proclamaron como los medidores de qué es normal y anormal en términos de afectos y de pérdidas? ¿Qué medicamento hará que la muerte no tenga lugar o que la pena que produce se borre de la faz de la tierra y de los corazones de los dolientes? ¿Cómo medir la muerte?

“Entonces de pronto me doy cuenta de que ha muerto. Es curioso que suceda eso ahora, si ya tiene rato de haber fallecido ¿A dónde le llamo? De pronto me di cuenta que no puedo hablarle ya, que no está su cuerpo presente. ¿A dónde se ha ido?...” testimonio que irrumpe trastocando toda noción práctica de la tecnología que nos da la ilusión de siempre estar disponibles a la distancia de un clic o de una llamada. La muerte nos plantea un límite imparable, ya no se puede hablar, dialogar de la manera en que lo hacíamos en vida. ¡No existe un potente celular ni plan telefónico que nos conecte con los muertos!

Es ahí justamente, en ese instante, fugas, silencioso y amoroso, el momento de la muerte de un ser querido –y también del odiado- en donde se abren otras vías (celebraciones, sueños, fotos, videos, chistes, anécdotas, silencio, llanto, oración, hacer algo que hacía en vida…) que intentarán traernos algo de eso que se ha perdido, pues “recordar es vivir. Quién juzgue que algunas de ellas son inadmisibles, locas o fantásticas, no se ha dado cuenta que la totalidad de las realidades humanas, aún las supuestamente estables, como el estado, el derecho, las religiones, la ciencia y la tecnología, también lo son: simples y complejos delirios compartidos por una igualmente ilusoria mayoría.

En el planteamiento inicial respecto a que “la muerte es del dominio de la fe” (Lacan) es decir, de la esperanza en el futuro, Lacan comenta que es dicha evanescencia de la existencia la que otorga fuerzas aún mayores a la vida, pues habiendo una sola vida (aquí quizás quienes crean en la reencarnación sugieran algo diferente) habrá que vivirla intensamente.

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*Articulo publicado en El Porvenir/Cultural, p. 3 Ramírez-Garza, C. "Sobre la muerte: ¿A dónde le llamo?" (23.09.09)

Monday, September 21, 2009

La influencia de la Influenza

por
Camilo Ramírez Garza

En diversos medios de comunicación se nos anuncia que está próximo un nuevo rebrote de Influenza AH1N1, ya anticipado desde los pasados meses de abril y mayo, cuando irrumpió un nuevo virus. Al inicio bautizado como “influenza porcina” -no sin sufrir efectos para la industria ganadera, incluso en algunos países, se llevaron a cabo cruentas masacres contra aquel animal- después se le re-bautizó con el código -puro significante- de Influenza tipo A H1N1. Quizás asociándolo más, al menos en el nombre, a un virus cibernético, noción pandemia con la que ya cuenta ésta generación.

En aquel entonces, supuestamente no se sabía nada respecto al nuevo virus, solo algunos síntomas, similares a la influenza común, pero de consecuencias fatales. Entre estos nuevos síntomas destaca un marcado aumento de la temperatura en breves lapsos de tiempo. Pronto llegaron las medidas ante la contingencia, primero spots sobre las medidas preventivas clásicas: taparse la boca al estornudar, lavarse las manos, evitar cambios bruscos de temperatura, reposo; hasta unas extremas, como no visitar lugares concurridos, cierre de restaurantes, cines, teatros, suspensión de actividades religiosas, etc. Hasta la suspensión de clases y algunos trabajos a nivel nacional, cancelación de vuelos nacionales e internacionales, incluso hubo países que cerraros sus fronteras ante la amenaza del virus.

Los efectos fueron muy variados, desde pérdidas económicas, retraso el curso escolar, por supuesto el contagio de la enfermedad en sí misma, pero quizás uno más generalizado fue el miedo bajo diversas formas: miedo a salir, miedo al futuro, “al final de los tiempos”, miedo al desabasto de medicinas, miedo a contagiarse, en última instancia, miedo al otro, potencial portador del mal que puede aquejarme. El miedo, al menos en México, y en particular en Monterrey, se desplazó de padecer los embates del crimen organizado (robos, ejecuciones, extorsiones, levantones, secuestros, etc.) al miedo de contagiarse de Influenza A H1N1; de pronto la saliva, un simple beso o apretón de manos se volvieron más peligrosas –pero al mismo tiempo más influenciables para movilizar las masas- que las armas de destrucción masiva que el gobierno de EUA jamás encontró, ni encontrará en Iraq.
La paradoja, entre muchas, fue que mientras los medios y funcionarios hablaban alarmantes, el tono de los médicos fue bajando, comentaban que el uso del cubre-bocas estaba de más, era innecesario, más para proteger a los otros de sí mismo, que al revés, que la gel antibacterial no hacía las veces del jabón, que la medida más sencilla era lavarse las manos constantemente al entrar en contacto con los demás, no agarrarse la cara con las manos sucias, cubrirse al toser. Incluso hubo quien tomó lo del cubre-bocas como una metáfora de la censura operada por el gobierno mexicano, una forma de no escuchar a sus ciudadanos. Expresión en eco de malestares latentes en la memoria de los mexicanos desde hace ya tiempo.
¿Habrá sido lo de la influenza AH1N1, así como el secuestro del avión, y el chupa cabras del salinismo, formas de distraer la atención de la alza de impuestos, de la devaluación? ¡Claro! Lo mismo puede advertirse al preguntarnos: ¿Será que las compañías desean mediante sus comerciales vendernos algo, que solo compremos sus productos? ¿Será? Se olvida que el planteamiento de la pregunta es ya la red distractora. Independientemente si mover a las masas fue o no orquestado a priori, la influencia de lo dicho sobre la influenza sirve para advertir el encantamiento de los humanos ante lo que se (cree) ver, oír.

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Dormir en paz

por
Camilo Ramírez Garza
Cuando iniciábamos clases a las 7 de la mañana, les decía a los alumnos que si habría que culpar a alguien de la desmañanada, era al progreso, en particular dos: la electricidad y el automóvil, o cualquier otro medio de transporte.

Ahora en pleno siglo XXI era de las telecomunicaciones, la digitalización de la vida; la vorágine tecnológica y de mercado asechándonos día a día con la dupla de lo obsoleto y la conquista de la novedad y su asociación pavloviana con la belleza, la salud, el poder, el valor propio (autoestima) el cambio, la rapidez, sobre todo la rapidez que va desplazando, cuando no desapareciendo, las experiencias de la tranquilidad, la paz y la lentitud. Al grado que experiencias tan elementales como el dormir, saborear los alimentos, hacer el amor, sentir el cuerpo, se vuelven cosa extraña, ajenas. Como sucedió humor, hay que quitárselo al cuerpo, para después re introducirlo vía el mercado perfumado. ¿Qué hacer cuando se le quita a los humanos algo tan elemental como el descanso en el dormir, no se diga la vida onírica y toda su riqueza en significación?

Una de las vías es pretender introducirlo con un producto. Si hay algo que sucede el mercado no solo creará un mercado de deseos a base de objetos infinitos con los cuales pretender saciarlos, sino también problemáticas nuevas, como el no poder dormir, pastillas para dormir; no poder tener relaciones sexuales, medicamentos para poder alcanzar una erección; no poder relajarse, medicamentos que permitan alcanzar un estado si acaso medio tranquilizador para descansar. Por ello no es extraño que hoy se eleve el consumo de drogas a nivel mundial, como una forma de volver a experimentar gozo, alegría, paz, novedad, etc. vía una sustancia, pues también hoy están dadas las condiciones en la cultura para semejante control y placer biopolítico, en donde el cuerpo es reducido a simple organismo consumidor. Tales drogas -legales e ilegales- no logran desarticular el problema, hacer más consiente a la persona de aquello que la llevo a padecer tal malestar, malestar que se encuentra en relación con la experiencia más inmediata de la vida cotidiana, no encaminan al sujeto para un día no volverlas a necesitar, sino cada vez requieren ajustes de dosis. El peligro es perpetuar dicho movimiento: malestar, búsqueda de medicinas que acallen los síntomas, en vez de plantearse cuál sería el sentido, la razón por la que en primer lugar este malestar apareció. Como el hecho de tener sueño y no dormir, sino tomar algo para seguir despierto y que la fiesta siga. No por anda hoy son los tiempos de los infartos fulminantes. Esto puede apreciarse con todas esas afecciones derivadas del estrés, en otro tiempo se decía nerviosas, psicológicas, luego psicosomáticas, ahora se les nombra “estrés” a toda esa gama de padecimiento a los cuales la medicina no les encuentra ni pies ni cabeza.

La paradoja del estrés consiste en que ninguna estrategia plantea algo tan elemental como descansar y guardar silencio, prescribir algo de quietud –pues eso no vende- sino añadir un producto más, haciendo justamente lo mismo que produjo el estrés, sobrecargar al sujeto.

El silencio y la quietud quizás sean dos cosas tan sencillamente complejas que ahora habrá que reintroducir en la experiencia humana mediante otras vías: quizás la contemplación y los paseos a pie en donde poder volver a sentir el cuerpo en movimiento, el ritmo del corazón y la respiración, eso si, sin un gadget cargado con cientos de canciones.

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