El día de ayer, lunes 7 de enero de 2008, dos noticias circularon a nivel nacional (México) e internacional: se trata del testimonio escrito de un reo
[1] que fue enviado por él mismo a un centro de información impresa (grupo reforma en la ciudad de México, D.F.) y la nota de un niño regiomontano, Diego Martínez Palacios, alumno de quinto año de primaria, quien después de haber tenido tres semanas de vacaciones, queriendo prolongarlas un día más, no yendo a la escuela, se pegó, durante la madrugada, con pegamento industrial, la mano derecha a la cabecera de su cama, finalmente cuerpos de protección civil y paramédicos lograron despegarlo por lo que fue inevitable asistir a la escuela.
Como siempre tales notas surcaron el ciberespacio. Gracias a la inmediatez de la Internet y diversos medios electrónicos, circularon en pocas horas por todo el mundo. España, Australia, Japón, Inglaterra, entre otros países. “Anti-glob School” decía el dibujo que acompañaba la nota en el portal Yahoo del Reino Unido; "Mexican boy glues self to bed to avoid school", una página. Esto no es nuevo, recordemos la “famosa” caída de Edgar, universalizada bajo diversas versiones, lo mismo que el “Me chocaron” de la joven ebria que argüía que “alguien” le había chocado, ¿¡Un poste!?
Tanto en el caso de Edgar, como en el de Diego, la reacción de los adultos, comenzando con sus padres, fue de risa: “Pues me pareció gracioso, pero al mismo tiempo peligroso, porque también le pudo haber caído en un ojo o en un oído, no sé, veda, pero en el momento me causó gracia verlo ahí pegado a la cama, literalmente, pegado a la cama” –declaró la madre de Diego (El NORTE. 7.01.08) Adultos que ríen por las “travesuras” de sus hijos, mismas que los hacen lograr cierta fama. Incluso después de que Edgar dio decenas de entrevistas en radio y televisión, teniendo cierta notoriedad local e internacional fue contratado por la empresa Gamesa para filmar un comercial de las galletas emperador, donde precisamente se decía “Saca al emperador que llevamos dentro” retratando diversas situaciones: él mismo con su primo y el de la cámara, y el clásico “Ya wey, ya wey…” donde aparecía una legión de soldados para cumplir sus órdenes; un joven profesionista que es despedido de su trabajo, etc.
La siguiente respuesta en el caso del niño pegado, Diego, un psiquiatra, especialista en niños y adolescentes, comenta que habría que ver si el niño no es un caso de Bullying, que esté siendo molestado por compañeros en la escuela, cosa que el mismo refiere al ser entrevistado: “Es que porque en la escuela muchos niños me molestan o me pegan o me dicen muchas cosas” reconociéndose en el lugar de víctima, siempre inocente; el psiquiatra que se debe “…ayudar al chico a superar el miedo, ya sea fortaleciendo su autoestima, corrigiendo algunas actitudes que le provoquen ser el agredido en la escuela y dialogando con las autoridades escolares” –declaró el psiquiatra infantil.
O que a lo mejor –la bolita se mueve, y entonces la victima se convierte en victimario- se trata de
“Un negativista desafiante” pues al ser entrevistado por los medios, se estaba riendo: “Ya que durante el episodio mostró una actitud despreocupada y hasta confesó su travesura entre risas”
¿Qué es lo que tenemos aquí? Por un lado un reo que escribe y escribe –durante la madrugada- sobre lo que vive en prisión: abusos, contrabando, drogadicción, hacinamiento, suciedad:
“Son las cuatro de la mañana. Escribo esto un poco a ciegas, sentado en una tabla sobre el excusado. No quiero hacer ruido para que nadie se entere aquí adentro lo que escribo, pero sí quiero que se enteren afuera. Es necesario. En la cárcel los días son más largos, las ratas más gordas y los muertos más baratos. A las pocas horas de mi ingreso ya lo había podido comprobar. Es un mundo difícil de imaginar por quienes están afuera y que solamente conocemos los que lo hemos recorrido. Es una concepción distinta del bien y del mal, de la vida y la muerte, del tiempo y el espacio.¿A qué hora comienza un día en la cárcel? Nadie lo sabe y a nadie le importa, porque depende de tantas cosas ajenas que la salida del sol es lo de menos.Aquí no se cuenta el tiempo por horas, sino por rutinas, una cadena sin fin de rutinas.” (Reforma. 07.02.08)
Afortunadamente al reo le sirve el símbolo para lidiar con su encierro, resistiendo día a día, tal cual fue dicho por muchos como Primo Levi sobreviviente a los campos de concentración en Auschwitz. En la presentación de su texto Si esto fuera un hombre (1958) declara:“No he escrito con intención de formular nuevos cargos; sino más bien de proporcionar documentación para un estudio sereno de algunos aspectos del alma humana” Con la diferencia de que el reo cometió un crimen por lo que le fue impuesta una condena, es decir es culpable y se le hace responsable, lo asuma o no, de lo que ha hecho, mientras que los Nazis convirtieron a los judíos en responsables de “algo” de lo cual no había culpa alguna. Con la contraparte de que ellos mismos -los nazis- quienes exterminaban se asumían culpables pero no responsables por sus actos, solo obedecían órdenes, haciendo un bien superior (como durante la santa inquisición, más vale que muera el cuerpo para salvar el alma) al mundo, la patria, el progreso.
Por otro lado, tenemos a un niño pegado con resistol industrial a la estructura tubular de su cama, ¡claro! cerca de la televisión, (“No la brinca sin huarache” “No hay borracho que coma lumbre”) viendo caricaturas, para no ir a la escuela. ¿Habrá alguna relación entre la escuela y los campos de concentración, esos que despersonalizan, homologan y matan el espíritu, la inquietud, la curiosidad, lo más preciado del humano? ¿Será que los alumnos ahora, como zombis, deambulan por las aulas, sin ton ni son, tal cual lo hacían aquellos concentrados, forzados a largas jornadas de trabajo, la mayoría de ellos, asesinados, exterminados?
En este caso, el niño de quinto año utiliza pegamento para adherir su mano derecha a la cama, tal vez para prolongar el letargo frente al televisor, es decir, utiliza su cuerpo como una herramienta, que mezclada con el pegamento, se convierte en un ancla; por lo que introduce un nuevo orden, “el orden del pegamento”
[2], se hecha andar algo que no puede ya pararse (“Yo creí que era de los normales que te pegas y despegas después”) como en los casos de suicidios por intoxicación: una vez que se ha ingerido algo (pastillas, veneno, etc.) ya no hay marcha atrás.
Recuerdo algunas maestras de la escuela primaria que en su desesperación por no poder controlar a sus alumnos, amenazaban con pegar al banco a quienes no pudieran mantenerse sentados, lo cual nunca, que yo sepa, sucedió –como dice la madre de Diego- literalmente. En ese sentido, el presente caso muestra un cambio radical en la consideración del cuerpo y lo dicho, retornando a una literalidad matizada de primitivismo, bajo el artefacto del pegamento (“Pega de locura” –reza el slogan de cola loca) Donde posiblemente la lógica es la siguiente: “Mira mamá, no soy yo, ni eres tu, es el pegamento que me puse; yo soy solo culpable solo de ponerlo, no sabía que iba a ser tan difícil después despegarme” Con lo cual el orden del pegamento logra detener por momentos, que era lo que él esperaba: postergar la ida a la escuela. Finalmente de todas formas lo enviaron a clases. Y tal vez las burlas ahora se intensifiquen, la ocasión lo amerita, después de todo ¿quién dejaría pasar una oportunidad como esa? ¿Alguien que se pega con pegamento a su cama para no ir a la escuela?
Ello da cuenta de que lo temido es también lo deseado, así como lo terrorífico del cumplimiento de los deseos, el goce sin restricción, las vacaciones sin término, tal como lo ha expuesto Freud respecto a las pesadillas,
[3] puesto que lo que dice Diego que temía (deseaba) era ir a la escuela porque hay compañeros que lo molestan y le dicen cosas. Salvo que, posiblemente hace referencia al bullying precisamente por ser un discurso políticamente correcto con el cual cubrirse, desimplicarse de toda responsabilidad, en donde se tiene la ilusión de no poseer responsabilidad ni culpa de no querer ir a la escuela, puesto que son los otros, ellos (compañeros, genes, cerebro, enfermedad) los que me hacen (a Yo) hacer y decir estas cosas: pegarme a la cama para no ir a la escuela, no es que sea flojo o la escuela aburrida. Como en el caso del reo que escribe su testimonio, de igual forma ni él ni el periódico a donde supuestamente envió sus escritos, hablan del delito cometido, aún y estando preso el acento se dirige a otras cuestiones, por demás necesarias de cuidado y limpieza dentro de las cárceles, de eso no cabe duda. La cuestión es el tono en el que se dicen y hacen las cosas: la línea sutil y de múltiples filos del discurso de las víctimas, que descarta totalmente el aporte psicoanalítico básico “Wo Es War Solle Ich Werden”
[4] (“Donde Ello era yo debo devenir”, es decir, reconocerme en eso que supongo desean los otros) Que fácilmente en el caso del discurso psiquiátrico se pasa de víctima (enfermo) que hay que proteger y cuidar, fortalecer su autoestima, a alguien de quien no hay que fiarse del todo, porque a lo mejor nos está viendo la cara a todos, fingiendo y desafiando negativamente a la autoridad ¿Cuál autoridad? ¿La psiquiátrica? ¿La policíaca? ¿La parental? pues se ríe y confiesa tanto el móvil como el método de sus travesuras. Con lo cual se muestra el sentido de tal rubro diagnóstico psiquiátrico, a partir de la codificación de la totalidad de lo que el humano hace o dice a través de un supuesto “ser” contenido en una clasificación.
Donde lo “negativista desafiante” se complementaría o continuaría (desarrollaría) con la psicopatía o sociopatía adultas. ¿Qué no acaso ambos tratan de burlar un orden, buscando que este se vuelva –para ellos mismos- más severo, como aquel hombre de fe que al mismo tiempo que desea creer, duda con la misma intensidad, solicitando que aparezca el orden tan temido y querido del Otro? Así, Diego con su acto solo está en vías de agenciarse tener lo tan temido (amado) que le molesten -¿qué le peguen?- en la escuela
[5]. No muy alejado de lo que posiblemente le suceda al reo, en donde solo en la privación extrema pueda estar cercano a experimentar la libertad de espíritu, ver con otros ojos la vida y el tiempo.
Y si intercambiáramos ambos casos, ambas estrategias o formas de situarse ante la obligación de cumplir un mandato del gran Otro: ir a la escuela, portarse bien, no delinquir, cumplir la condena. ¿Que sucedería si le enviásemos el pegamento al reo para que pegue sus manos a la cabecera –si es que tiene- cama donde duerme? No podría escribir pegado de manos –en vez de atado- estaría a merced de los demás, que pudieran dañarlo, herirlo, matarlo, robarlo, violarlo, etc. ¿Y al niño Diego, enviarle un montón de hojas y un lápiz para que escriba o dibuje algo, no sé, cualquier cosa, que envista la letra con afecto, así como lo ha hecho el reo? Pero lamentablemente eso no se forza –el amor a las letras- sino surge de una limitación, de una falla. Ante el hecho de no poderse despegar Diego se angustia, habla a su hermana para que le diga a su madre y lo despeguen (¿De la tele? ¿Habrá pedido que lo despeguen de la tele? ¿De su madre?) Mientras que el reo se angustia y produce algo, hace escritura. Por eso uno es más primitivo que el otro. Las dos son escrituras sintomáticas e partir del encierro: uno posterga la idea la escuela, el otro sale mediante su testimonio. La escritura del reo es equivalente a la enorme televisión que tenía Diego a un lado de la cama. Si esta no hubiera estado, la espera habría sido insoportable, tal vez la desesperación inició cuando se empezó a aburrir de lo que había en la tele o cuando vencido por el sueño no pudo acomodarse placidamente; o más radical, en el preciso instante en donde se advierte que algo que se (Yo) ha hecho “pegarse a la cama para no ir a la escuela” –tal vez otro habría fingido estar enfermo- ha producido efectos angustiantes (“Ten cuidado con lo que deseas” –advierte la sabiduría china) que le dan a uno más de lo que deseaba, ante lo cual no le quedó de otra, mas que tomar distancia exclamando: “Yo no creí que eso fuera a suceder…”
Monterrey, 8 de enero de 2008
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