Por
Camilo Ramírez Garza
Si el amor irrumpe como una “falla” –de pronto surge sin saber como ni por qué- algo se ve/encuentra en el otro a quien se ama; se pierde o destruye al intentar llevar dicho milagro de Eros al terreno de la seguridad y el control, entonces aquello sorpresivo del arrebato amoroso se pierde. Pues la seguridad y el control no se lleva bien con aquello evanescente del amor y del deseo; así como la felicidad en la vida, por paradójico que parezca, no radica en el control de todas las variables, propuesta biopolítica para el humano: pasar de la cualidad a la cantidad, a la cuenta que reduce las vidas singulares a simple cifra, moneda y estadística. ¿Cuánto vale ($) el amor? ¿Cuánto pesa? ¿Qué se ama cuando se ama a alguien? ¿Qué es ese “algo” (ese no se que que qué se yo) que se cree en el otro a quien se ama?
El amor surge sin cálculos ni formulas, sorprende, es un arrebato amoroso que quizás solo la poesía y la música,como las demás artes, logran dibujar, con lo imposible de retratar lo evanescente. Uno no programa de quién o cuándo enamorarse. “Aprenderás a amarme” –le grita con mucha autoridad el galán de telenovela a su imposible y lejana enamorada, ante lo cual ella no puede hacer nada. Ante la no correspondencia del amor, ella y él, están impotentes, limitados. El amor por ello es revolucionario, pues no admite reducciones al estilo del mandato de la política, la ciencia, latecnología y sobre todo del mercado. Por ello el amor es diferente a las relaciones-contrato al estilo del mercado donde el otro otorga un “servicio” a cambio de un producto y viceversa. El amor es un vinculo que no es estático, sino sujeto a laberintos, encantos y desencantos, que a sí como inicia puede acabar o atravesar diversos momentos, transformarse. Justo porque nada ni nadie, es siempre lo mismo y la misma cosa, así el amor también posee el dinamismo del cambio. Con la misma cuestión de que los cambios son riesgos ante los que a priori no se sabe qué surgirá; algo que se dice o hace, un cambio de amigos a novios a esposos a padres, y al revés, de novios a amigos, a nada, etc. nadie sabe con certeza qué es lo que dicho cambio en la vida de la pareja va a introducir, ni cómo los cambiará a cada uno. El peso de la rutina, su supuesta seguridad sobre lo que se hará tal o cual día, tal o cual fecha, etc. su aparentemente cansancio y fastidio, en ese sentido, también puede leerse como un miedo de no enfrentar lo verdaderamente traumático del amor: que no es seguro, que puede fallar, sorprender, transformarse, lo mismo que sí mismo o el otro.
El amor es un fracaso para jugar. Esto intenta decir que el amor en tanto elaboración ideal del otro y de sí (que todo sea perfecto, ordenado y sin fallas) es, además de una ingenua bella ilusión, una garantía condenada a mostrar su fracaso en la existencia del día a día. Ante lo cual se puede uno lamentar de que el otro no es lo suficientemente perfecto para sí –con la contraparte de que uno tampoco lo es, por supuesto- enojarse, si quieren, hacer berrinche, o recoger los efectos de la caída de los ideales mediante la estrategia del humor, (¡No hay amor sin humor!) justo porque del fracaso se puede uno enojar, pero también reír y sobre todo, aprender: que lo que falla del modelo ideal también es un desencantamiento que permite respirar, tranquilizarse, no ver la vida y el amor tan amenazadoramente, entonces se puede jugar y crear algo nuevo.
Twitter: @CamiloRamirez_