por
Camilo Ramírez Garza
Camilo Ramírez Garza
“El dolor es el dato radical que nos avisa de
nuestra precariedad y nuestra fragilidad humanas”
R.E. Aguilera Portales
R.E. Aguilera Portales
“Sin decir ni agua va, me doy cuenta que te traigo untado en todo el cuerpo. No hago el menor movimiento para sacudirte ahora; sería peor. Aguanto y respiro profundo. Sé que eres obscuro en estos momentos; que me oscureces a mí. Trato de entenderte” Escribe la poetiza michoacana María Luisa Puga en su texto “Diario del dolor. Experiencia singular tejida con los hilos del dolor crónico y las letras, vestigio éstas del pasaje del dolor por su cuerpo, así como una forma de resistir y vencer al dolor que la aquejó.
El dolor -como todo aquello clavado en el cuerpo humano- no solo se reduce a una sobre-estimulación de las vías nerviosas, procesos inflamatorios, fracturas de huesos, presencia de tumores cerebrales, etc. que van “pellizcando” al cuerpo con diversas intensidades, sino plantea una experiencia singular para quien lo padece. En ese sentido, el dolor no solo existe como “dolor en sí” –si acaso pudiera existir algo así, quizás solo en la nomenclatura de las múltiples algias que estudia la algología, descritas en los libros- sino como experiencia de vida que solo quien lo padece puede dar cuenta (hacer crónica) de lo que implica en su cotidianidad sufrir dicho dolor.
El dolor es algo curioso, siendo la forma extrema del sentir, existe en un continuo de percepción del estímulo que va de la sensación mínima, cobrando mayor intensidad, quizás produciendo algo de placer, hasta grados en donde los umbrales se cruzan, irrumpiendo el dolor, por ejemplo “martilleando” la cabeza, clavándose cual agujas invisibles y bien afiladas. ¿La forma de atacarlo? La tecnología farmacéutica ofrece un sinfín de prótesis químicas con las cuales contrarrestar sus efectos, las hay muy variadas, de diferentes tipos, marcas, compuestos, formas de acción e intensidad; analgésicos, antiinflamatorios,…unos operan a nivel local otros a nivel central. También existen otros procedimientos que implican inyectar algunos compuestos, realizar bloqueos en las áreas afectadas, cortar la comunicación entre las fibras nerviosas que llevan el doloroso mensaje. Seguramente en pocos años la tecnología farmacéutica y quirúrgica nos ofrecerá más alternativas para lidiar con el dolor. Por otro lado, el dolor no se vive de manera aislada, en abstracto, se clava en la cotidianidad de una vida y produce efectos concretos: la persona se convierte en el dolor, es el dolor, ser la muela que duele y punzante insiste en que debe ser removida cuanto antes; el dolor toma el centro de la vida, ya no se puede pensar o hacer nada, es incapacitante en diversos grados y formas, se convierte en un grito sordo y silencioso que va acariciando punzantemente una parte del cuerpo. Pero también, como decíamos al inicio, el dolor es un mensajero que hace tomar conciencia de la fragilidad de la condición humana, de la potencia y el bienestar que van disminuyendo, entonces el dolor ofrece otras experiencias, como trastocar las prioridades de la vida, el amor, los deseos, valorar la salud, etc.
Así, mientras se realizan múltiples esfuerzos por quitar el dolor, viéndolo como algo extraño, ajeno a la vida humanan, realidad indeseable que hay que desterrar a toda costa, habría que escuchar al dolor, reconocerlo como parte la vida, que si bien cala, y a veces muy hondo, también interroga, plantea, desata la creatividad, aligera la vida, etc. ¿La propuesta? Ver cuáles son los mensajes que envía a esa vida, que de pronto se vio tocada por un “indeseable e incomodo visitante” como es el dolor…en última instancia, responder ¿Qué historia tiene el dolor en mi vida? ¿Qué me plantea?
camilormz@gmail.com
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