(Ensayo participante en el 7º Certamen de Ensayo Político Noviembre 2006. Comisión Estatal Electoral, Monterrey, Nuevo León, México. Bajo el seudónimo “Andante”)
“El mexicano es un hombre
que se esfuerza por ser formal
y que muy fácilmente se convierte en formulista”
Octavio Paz[1]
¡El voto nos convoca! O al menos esa debería ser la realidad que concierne a todos los habitantes –potenciales sufragantes- de una nación. Votar es la práctica de elegir a nuestros gobernantes en las urnas, trazando -en secreto- una cruz en el símbolo que representa al partido político del cual un ciudadano, igual en derechos y obligaciones a cualquier mexicano, es votado para un puesto de elección popular; para ser servidor público. Repito, “Ser servidor Publico”, por lo tanto sujeto al bien del pueblo; abanderando el bien común, los ideales de la República; de la “cosa publica” de la que todos participamos, pues en ella vivimos. Aunque los medios para acceder a un puesto de elección popular sean los colores e ideología de un partido determinado, lo mismo para legitimar su registro; todos son, todos somos mexicanos. Y los ciudadanos esperamos, deseamos… ¡Demandamos! que las fronteras multicolores que dividen y enfrentan a nuestra geopolítica desaparezcan cuando se trata del bien de México, de su gente. Pero al pretender hablar de unidad, no solamente en sentido filosófico o semántico, sino haciendo referencia a la realidad más concreta, se produce la fragmentación, aparece el basto y complejo universo de las diferencias, asociadas por antonomasia a los ideales democráticos del debate de ideas (en plural). Opuesto a las unidireccionales posturas cerradas y extremas de los sistemas de gobiernos fascistas y autoritarios. Si entonces las diferencias se hacen presentes ¿Cuáles son las ideas que dan forma a las diferentes nociones –propuestas- de lo que es y debe ser México?
El acto de votar está sustentado y es promovido mediante dos supuestos básicos: 1) El candidato por el cual estamos votando nos representará ya como servidor público, cumpliendo cabalmente sus promesas de campaña. Aquellas por las cuales lo conocimos y nos identificamos con él. 2) Nuestro voto va a ser respetado. La primera es de amplio espectro, desde un acto de esperanza e idealización más ingenua, casi rayando en la fe (Ciertamente produce el acto de votar, pero en la indiferencia confiada de reflexionar el sufragio. Al futuro ese ciudadano puede prescindir de observar y demandar a los gobernantes resultados efectivos, produciéndose un voto por inercia tradicional, por los colores de un equis partido, por puro “Amor a la camiseta” -pase lo que pase, sea quien sea) hasta la emisión del voto razonado y más critico; producto del discernimiento por la escucha y lectura atentas de lo que el candidato propone, ha propuesto y cumplido en su historia política como servidor público local, estatal o federal; además de conocer ampliamente las diversas situaciones que enfrenta el país, contrastando las opciones más viables que son propuestas por los candidatos durante las campañas electorales. Ese sería el voto del ciudadano no solamente informado sino formado ampliamente, por experiencia y análisis de las situaciones locales, nacionales e internacionales que implican al país. Ello, como todo terreno ideal, no sucede a menudo. Las causas de sus orígenes se remontan a la historia misma, en particular a la desvinculación entre pensamiento, saber y vida cotidiana, como ideales alcanzables; comunes a todos y no exclusivos de “expertos” y “pensadores”; de especialistas. Como solución de tal lastre idiotizante se propone la educación para todos, se dice que es el antídoto contra todos los males sociales. Aunque en lo concreto se ignore el como hacerlo.
En cambio lo que sucede podría ser equiparable a los encuentros y desencuentros durante el noviazgo, antesala al matrimonio. Mientras que en el ascenso a la conquista de los amantes el cortejo es detallista y minuciosamente meloso, cual excelsa y exquisita pieza barroca. Los enamorados viven constantemente al pendiente de aquel rasgo, de aquella palabra o sonrisa que colme –aunque sea momentáneamente- de la alegría certera por la reciprocidad enamorada. Una vez conseguido el corazón de la persona amada la presión cesa. Ahora los demonios de la tranquilidad e indeferencia acechan, hijas malditas de la confianza ingenua de creerse él o la única poseedora del corazón de aquel apuesto galán o de aquella hermosa dama. El peligro es que las cosas se enfríen, que se hagan monótonas, cíclicas y rutinarias; hasta los besos y abrazos adquieren sabores desabridos, se marchitan. El pulso acelerado y sorpresivos espasmos de vientre van cesando, van desapareciendo, finalmente se estabilizan, adquieren un solo ritmo, el del fastidio y la vida sin sueños; anunciando –siendo un síntoma- de la muerte del amor. En algunos casos, después un leve “brillo” matrimonial hace pensar –otra vez cargado de ingenuidad- que las cosas estarán mejor por si solas, sin que uno haga nada; lo mismo con cada uno de los nacimientos de los hijos. ¡Pero no! nunca es así, pues la indiferencia se plantó desde el principio, la confianza ingenua en la posesión y conquista del amor una sola vez, ubicada en el pasado la seducción enamorada; fijada en el desgaste de una foto de alcoba, cubierta de una fina película de polvo que engriese todo. Entonces la caída de la frustración nos lanza pendiente abajo, añadiéndosele responsabilidades y más responsabilidades, llenando el espacio y tiempo que debería servir para amar, en espacio para sobrevivir a pesar de, desgastando la vida, desgastando el amor; confortándose efímeramente. En este caso la causa del derrumbe amoroso es la indiferencia y la confianza ingenua. La misma que se cuela silenciosamente y produce el abstencionismo sufragante degradando los más grandes y bellos ideales políticos -pariente de la felicidad basada en la ignorancia, del no saber para no sufrir “Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el dicho- Al cabo nos encantamos de fútbol, de televisión; de cerveza y botanas; de jovencitos y jovencitas –y otros no tanto- berreando, cantando o bailando por un sueño (Al menos ello tienen uno y hacen algo con su deseo) ansiando que la selección mexicana de fútbol ahora si gane el mundial ¿Por un sueño? Mientras que el sueño de México postrado está en un gran letargo, en coma.
Ese sueño como deseo, como anhelo, no se concreta, no pasa a la vida cotidiana de los mexicanos. Mientras algunos habitamos casas hechas de concreto y varilla, -a muchos otros ni para eso les alcanza- la mayoría lo hace en rejas que aprisionan la voluntad y mente de sus cuerpos embrutecidos por tanto “pan y circo” Y lo que es peor, el alma, el espíritu de participación en la construcción del bienestar para el país, vía el sufragio razonado, está embrutecido, cuando no secuestrado, mutilado, asesinado,
Esa es la indiferencia que teje el fastidio del electorado que prefiere quedarse en su casa absteniéndose de votar. Me pregunto, haciendo de estas líneas un espacio común de búsqueda personal con la posibilidad de extender la reflexión a un grupo más amplio de la población. ¿Por qué? ¿Por qué abstenerse de votar? ¿Acaso se les ha acabado la ilusión, la confianza y ganas de dar SU opinión por SU país, SU estado, SU municipio, SU distrito? ¿Acaso se les ha perdido SU credencial para votar? O Simplemente llenos de güeva y artos, con la cruda acuestas, no quieren hacer fila ni mancharse SUS pulgares porque la tinta huele “bien gacha”. Será esa la razón del que prefieran replegarse en la aparente “seguridad” ilusoria de las cuatro paredes de SU “realidad”, hecha de otras actividades en lugar de ir a votar por SU país. ¿Qué harán el resto de SU tiempo, tiempo en que los gobernantes que no eligieron estarán en funciones? ¿Acaso se creerán la estupidez que se repiten a cada instante “¡Al cabo yo no voté por él!”? Como si el no votar librara de los efectos de los errores o aciertos de tal servidor público. El hecho de que no hayan poseído la convicción de que se trata de SU elección, absteniéndose de emitir SU voto, no exime de que ese gobernante es SU gobernante, pues al vivir en un país uno no puede abstraerse de los efectos de la vida pública, gestada por los intercambios entre los poderes y la sociedad que los elige. Como si quedarse callado y sentado sin votar, evitara –mágicamente- que uno se atorara en una inundación porque uno no votó por el que debería de haber arreglado el drenaje pluvial, o gestionado cuotas de gas más justas. Como si fuera posible “no ser tocado” por la realidad, alcanzado por ella, porque no fue la que uno decidió.
“Si no votas no te quejes” rezaba el slogan, haciendo uso un poco de psicología inversa, -efectiva solo con tontos muy tondos o gente muy orgullosa, que da lo mismo, en tanto manifestación de un tipo de estupidez- El slogan expone la actitud indiferente que –no podemos negarlo- habita en el corazón y razón de la identidad del Mexicano, el ¡Me-vale-madres! Que tanto ayuda –al tiempo que perjudica- a soportar las dificultades y tragedias echadas a cuestas justamente por la indiferencia de presenciar el nacimiento y desarrollo de conflictos importantes sin hacer nada. En se sentido la indiferencia es la causa y también el medio para tolerar la tragedia. El mejor ejemplo cotidiano de esto. Mi madre decía de mi abuela -su madre- que había logrado vivir muchos años gracias a que “todo se le escurría”; que era indiferente a muchos problemas de la vida, al grado de la “bella indiferencia” de la histeria de algunas féminas que se quejan de que los hombres les vean con lujuria, no advirtiendo que enseñan los calzones a los cuatro puntos cardinales. Ciertamente no eran tales las gracia de mi abuela materna, pero si el rasgo despreocupado de la ausencia de tensión inherente a la solución de los problemas de la vida, generador de muchos otros, que le otorgó conservarse muchos años. Este exponente de la indiferencia: el vale-madrismo-del-mexicano es al mismo tiempo su principal ruina y salvación –antídoto, protección burbujeante, ilusoria, quimérica- contra la tragedia. Del paradójico y folklórico vale-madrismo del mexicano. En una patria que se enorgullece de tratar muy bien a las madrecitas, de respetarlas, siendo capaces de lidiarse a golpes con cualquiera a la menor alusión a la progenitora, vale-madrismo debería ser sinónimo de excesiva importancia, sin embargo guarda su acepción de excesiva indiferencia. Descubriendo su verdadero significado: compensación excesiva del mal-trato que se le prodiga a las madres durante todo el año, durante todas las épocas sin tiempo ni espacio. En relación con el voto, imaginemos. ¿Apoco un voto afecta tanto? Y a parte con baja autoestima, pues siente que su opinión no vale, que no cuenta, que no sería decisiva. Ese es el efecto del valemadrista, su pecado lo acecha, pues éste está condenado a retornar; y la mayoría de las veces con más fuerza, con más violencia. Al devaluar “SU realidad” no se da cuenta de que también él en cuanto parte de ella y por lo tanto del problema, ergo de la solución, también se devalúa.
El problema del abstencionismo tiene una explicación, no se genera espontáneamente. A la indiferencia del ciudadano le subyacen ideologías simplistas y despreocupadas, producto de la ignorancia; sustentadas por el excesivo individualismo, de creer que de la puerta para dentro “eso” no nos afecta, ¡Nosotros estamos bien! Por otro lado la historia mexicana posee una larga cauda que puede ser pisada; que no podemos negar, sino reconocer para aprender de ella, y principalmente para lidiar con ella de manera práctica. De nada sirve aprender de los errores de la historia si ello no produce un efecto real, concreto y practico que solucione problemas concretos y no teóricos. Lo contrario sería poseer un gran conocimiento producto de la acumulación de información, junto a una gran torpeza para solucionar los problemas concretos de la vida, los problemas de la experiencia. Quedando expuesto la inutilidad del intelectual: su torpeza en lo concreto.
Una de tales enseñanzas históricas de las elecciones mexicanas, que por cierto no es ningún secreto para el imaginario nacional que teje conceptos de las corruptelas, en aras de entenderla para poder lidiar con ella y en cierta forma -por que no- consentirla, como lo es el de mapachismo, charrísmo, embarazo de urnas etc. Es que los votos –en muchas ocasiones- no se han contado adecuadamente. Como ejemplo, dos hechos. Mi abuelo, comerciante de un pueblo en Nuevo León, nos narraba molesto las maniobras (llenado de votos; votar más de una vez) que en las primeras décadas del s. XX se hacían para favorecer al candidato determinado a priori como futuro presidente; el famoso Tapado, destapado por Dedazo –otros dos conceptos de nuestro lenguaje político mexicano. ¡Y realizadas ante las miradas de todos! Como ahora se cita la historia de 1988, reconociendo públicamente a todas luces el fraude electoral que le robó la presidencia al Ingeniero Cuauhtemoc Cárdenas. Como si se tratara de una amada efeméride, recordada con un dejo de nostalgia auto-culpíjena expiativa, de lo mal que estamos, de lo mucho que nos falta. Después de eso vino el Instituto Federal Electoral, descentralizando las elecciones que otrora estuvieran a cargo del Secretario de Gobernación, elegido por el presidente, parte de su gabinete.
Pero prometí analizar algunas causas del fenómeno del abstencionismo. Y como yo cumplo mis palabras. O al menos trato de ser en la medida de lo posible congruente. Ahí van. Pensemos por ejemplo en un principio básico de las campañas electorales. Sí, si en esas campañas electorales mexicanas, las más largas y más caras del mundo, financiadas con nuestros impuestos. Sí, en este país, México, donde coexisten los dos polos extremos: la pobreza y la riqueza, es donde más se gasta en elecciones, ¡En todo el mundo! Ni siquiera las grandes potencias lo hacen. El presupuesto que el IFE entrega a los partidos para sus elecciones es el más inmenso del planeta, del sistema solar, ahora ya sin plutón. ¡Basta! Tratemos de dejar de lado ese pensamiento que logró colarse, robándonos la paz y empañando nuestro pensamiento, al tiempo que calentándonos la sangre a punto de ebullición. Uno, dos, tres, toma aire…profundo, profundo...más, más, aguanta, aguanta –piensa que es por tu bien- y, suelta ¡¡¡uffff!!! ¡Ya está! Te decía, un principio fundamental en la vida, no solamente en las campañas electorales, es el cumplimiento de lo que se dice, de lo que se ofrece. A lo que popularmente se conoce como tener palabra.
Los seres humanos disponemos de un lenguaje que nos permite comunicarnos a través de los conceptos que intentan representar nuestra realidad circundante. La palabra, por ser un sistema simbólico se presta a múltiples significados e interpretaciones, lo mismo que mal-entendidos, tergiversaciones, juicios, conclusiones, etc. De ahí que la precisión al hablar se convierta en un ideal imposible de alcanzar del todo. Aunque todos hablamos no todos tenemos la habilidad de realizar grandes y exactas descripciones de lo que vemos, sentimos, pensamos y queremos o vamos a hacer, cual afamado y condecorado escritor. Pero tampoco es imposible. Para ello es imprescindible la lectura: adentrarse en las narraciones de aquellos que han convertido lo vagamente sensible y pensable, en bellas sinfonías lingüísticas. Para así poder salir de lo indescifrable de nuestra experiencia. Ya que el requisito básico para la solución de cualquier problema o conflicto es nombrarlo, delimitarlo. Poner en palabras el sufrimiento y las dificultades permite no desfallecer ante la angustia sin rostro y sin nombre; así como pensar después sus posibles vías de solución.
Pero las palabras no lo son todo, a ellas también las soportan gruesos peldaños. Los peldaños del obrar en consecuencia a lo que se ha dicho. Es su contenido, el alimento vital –y no un simple antojo- que nutre y vigoriza el discurso. “Las palabras se las lleva el viento, el testimonio arrastra” proclama la sabiduría popular. ¿Por qué el viento, ese viento que refresca y conforta, se llevaría las palabras? ¿Acaso están el viento y las palabras, hechas de la misma cosa: puro aire? (Como cuando alguien dice la expresión, ¡Eso es puro pedo! O ¡Eso lo dio de los dientes para afuera! Un dicho de puro aire que no convence, con no es sustentado) Si el medio de las palabras es el aire; su causa, el sonido vibrante viajando por los cielos; emergiendo del efecto del repliegue -como acordeón- del diafragma por la fuerza de unos pulmones, bolsas aéreas; articulados a través de las vibraciones de las cuerdas bocales, las posiciones de la lengua y las gesticulaciones de los labios y la boca, produciendo los sonidos que forman las palabras y las oraciones, los enunciados que van dibujando las ideas. Éste es el proceso fisiológico subyacente al acto del habla, de donde adquiere su sonoridad y resonancia, pero no es su fuente de inspiración creativa, su causa final. Esa está en los ideales y valores; en las intenciones y razones que producen las convicciones; las maneras de ver el mundo, las idiosincrasias; que en democracia son diferentes y pueden ser votadas.
Tenemos entonces que las palabras, inherentemente incompletas, incapaces de explicarlo todo de una sola vez, son sustentadas por acciones concretas, con la fuerza de permanecer en la memoria de otros, no solamente porque se han dicho, sino porque se han hecho. Porque tienen un efecto real, concreto. Sencillamente prometer que se va a construir un puente y hacerlo. Ya que lo dicho -está más que comprobado- tiende a desaparecer con el tiempo. Sí, el testimonio arrastra ¿Qué es entonces el testimonio? Definirlo es paradójicamente anti-testimonial, pues el testimonio es justamente hacer y no decir. Pero solo por un sentido didáctico. Así de sencillo y para acabar pronto. Lo repito: El testimonio es hacer.
Con la separación de estos dos elementos, -que lamentablemente son dos y no uno- pues pertenecientes a dos órdenes distintos: decir y hacer, se produce el efecto de devaluación de las palabras cuando van separándose del obrar, cuando carecen del mínimo sustento. Ello genera memorias, memorias que son recordadas una y otra vez en función de un evento parecido a “aquellos” fantasmas del pasado; sumándosele al hecho actual la frustración de aquellos tiempos evocados. Articulando así la cauda larga que se mencionaba casi al inicio. La solución, tan simple y compleja a la vez: ¡Cumplir lo que uno dice!
Pasemos ahora a otro terreno no menos resbaladizo y escabroso, íntimamente relacionado con el abstencionismo: ciertos elementos de la historia universal que le han dado forma a nuestro mundo a partir de la revolución industrial del s. XIX. ¿Por qué irse tan lejos? Seguramente cuestionará el iletrado o simple “flojonaso” analfabeta funcional, que desacredita la historia porque le da güeva; historia que por estar tan cerca le impide ver su realidad, y por ello condenado a repetir los mismo errores de sus antepasados en sí-mismo, perpetuándolos en sus hijos y nietos. Esos acontecimientos consistieron en el surgimiento de un nuevo orden de producción industrial, tendiente a corto, mediano o largo plazo a dotar a la población de ciertos bienes. Si antes el interés primordial era el arado, la yunta y semillas. Ahora el acento se trasladaba a las actividades de producción industrial; se suple el arado por los engranes. Al paso de los años la experiencia y desarrollo técnico acumulado fue organizando las economías en base al consumo. Una vez lograda la producción de los productos necesarios, los llamados productos básicos, fundamentales para la vida. La siguiente estrategia consistió en potenciar el consumo diversificándolo. Dándose la siguiente evolución de las actividades de supervivencia humana: recolección de frutos, caza y pesca de los tiempos nómadas; la agricultura y ganadería conquistas que posibilitaron los primeros asentamientos extendiéndose por toda la edad media hasta el renacimiento, posteriormente con el surgimiento de los comerciantes y una nueva clase social, la burguesía; hasta la revolución industrial que logró trastocar nuevamente los ordenes sociales y económicos feudales para dar paso a los industriales; dando inicio al predominio de la industria, del estado o privada, enmarcando la vida en las ciudades.
Ello solo fue posible gracias al desarrollo en paralelo de la sociedad de la comunicación, trazada a través de las redes de los medios de comunicación: desde las más clásicas nociones astronómicas; la cartografía; la confección de embarcaciones fuertes, capaces de navegar exitosamente; el surgimiento del telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión; pasando por la ingeniería espacial y de telecomunicaciones que pone satélites en orbita alrededor de nuestro planeta y de muchos más; la Internet capaz de unir en segundos la información surgida desde los lugares más remotos. Definitivamente los adelantos nos rebasan. Incluso aseguro sin miedo a equivocarme, tan solo por un supuesto tal vez un poco ingenuo, pero no menos realista hoy en día, que mientras escribo está surgiendo nueva tecnología capaz de perfeccionar las vías de información. Aquel mundo organizado feudalmente quedó atrás –aparentemente- reconfigurándose sobre la base de la producción industrial, de ahí las sociedades de consumo, y finalmente las sociedades de la información en donde la mercadotecnia es la vanguardia. Ya que de lo que se trataba en un inicio en la revolución industrial era dotar de los productos básicos a las sociedades. Ello no requería promover la necesidad, puesto que ella estaba instalada desde siempre, de ahí que se les denomine necesidades básicas. Posteriormente al ser satisfechas las necesidades más básicas a un grupo más o menos general de la población, ahora la producción se plantea la posibilidad de continuar desarrollándose a través de la diversificación de productos, ya no solo de primera necesidad, sino de segunda, tercera, cuarta…-el orden es lo de menos, éste ha quedado trastocado desde hace ya tiempo. Pero ¿Cómo ofrecer un producto que no es de primera necesidad? Muy fácil, ya que el orden de lo humano es inherentemente cultural y por lo tanto subjetivo, es posible crear nuevas y muy variadas “necesidades” –por nombrarlas de alguna forma- más honestamente sería llamarlos deseos, caprichos, gustos, y por ello en relación al placer y al confort. Productos encaminados a hacernos, simple y llanamente, la vida más fácil y placentera. (Haber ¿Qué levante la mano el que no quiere vivir una vida más cómoda y placentera?) Ahí es donde históricamente se introduce la mercadotecnia, la técnica de mercado con sus estrategias para introducir esos productos, -que estamos de acuerdo- no parten de necesidades básicas, sino de múltiples –necedades- secundarias. Mercadotecnia, no es más que el eco hueco de la palabra confiscada (secuestrada) por el dinero y sus intereses. Aunque el ser humano ya no sepa reconocer lo básico de lo accesorio, solo gracias a la experiencia de privación e inminente muerte como le sucede a un naufrago o un moribundo, buscamos a menudo la facilitación de la vida. La cultura misma surge de la negación fundamental de las condiciones naturales. (¡No, si la tecnología la han creado los güevones! partiendo de la pregunta fundamental de cómo hacer las cosas más sencillas, con el menor esfuerzo, como la diferencia abismal de teclear y corregir este ensayo en maquina de escribir o en computadora.) Surgen las nociones de un mercado que hay que conquistar para poderle vender un producto que por principio no es básico, pero que haciendo ciertos trucos –estrategias, se dirá- que le hablen a esa característica inherente de la condición humana que es el placer y el deseo, ausente en los animales al poseer ellos una necesidad programada instintivamente. Produciéndose el encuentro del slogan exacto que toque el deseo, la carencia, por lo tanto al placer más humano; enlazándolo a valores -netamente humanos- como la dignidad, la seguridad, la felicidad, el poder, la belleza. Completando la formula sofista subyacente a la lucha por dominar el mercado: “Si compras esto, entonces tendrás, y por lo tanto serás…feliz, alegre, ¡Puedes gozar teniendo esto! Puedes ser rico, poderoso, satisfecho, galanazo, mujer fashion, metrosexual, ubersexual, vivisexual, democrático, justo, cool, etc., etc. etc. Produciendo la ilusión de que tales valores pueden ser comprados. Como sucedió durante la Edad Media al enlazar la salvación con el dinero, la iglesia vendía indulgencias que absolvían los pecados cuando no aseguraban la entrada al cielo a sus fieles. Recientemente se comenzaron a vender pulseras con la inscripción de un valor (justicia, honestidad, verdad…) Ejemplos del surgimiento de las sociedades de consumo y por lo tanto de la información (radio, prensa, televisión, Internet, etc.) Quien controle “lo que se dice” de tal producto –masivamente- entonces dominará el mercado, controlará su demanda. Entones la cosa se va complicando, pues si el mercado hay que dominarlo es porque no existe un único producto, sino muchos tipos de un solo género. Como por ejemplo muchas marcas de refresco o muchos medicamentos. O lo que el colmo de la locura mercadológica, muchas marcas de agua embotellada. ¿Por cuál decidirse? ¿La más barata? ¿La de mejor calidad? ¿La más sabrosa? ¿La más inodora, incolora e insípida? ¿La que posea menos sales porque le hacen a uno retener líquidos y por lo tanto tener una gordura acuosa más o menos transitoria? Etc. etc. etc.
Pero y ¿Eso que tiene que ver con la política, los candidatos, los partidos y el abstencionismo y las posibilidades que tienen los partidos y las diversas instituciones, la sociedad en general de hacer del voto una fuerza y no un simple trámite valemadrista que entrega el alma y cuerpo del país a unos cuantos? Justamente porque desde hace algunos años se introdujeron en nuestras luchas políticas mexicanas las nociones de la mercadotecnia, como la pulcritud y cuidado de la imagen; los eslogan apantallantes; los spots en radio y televisión, cual letanía o cliché desgastado al paso del tiempo de las modas; la falta de la fuerza de los actos que expone una gran carencia, por no decir un gran vacío de ideas eficaces sustentadas con actos, con hechos. Se ha optado por las luces de los reflectores; (Por las campañas más largas y más caras del planeta) Al cabo los mexicanos no leen y eso si, todos tienen tele; hasta en los hogares más humildes no falta la “niñera” y educadora universal; la caja endemoniada que succiona el tiempo y las ilusiones a la humanidad, otorgando (vendiendo, canjeando, desechando) deseos a quien no tenga unos propios.
Cuando los candidatos decidieron contratar estrategas de campaña, formados en logísticas empresariales como nuestro actual presidente, Vicente Fox y la publicista que creara el slogan del Palacio de Hierro “Soy totalmente palacio”. Versados en las más finas y creativas técnicas de conquista de mercados, a fuerza de repeticiones, clavándose en el cuerpo del consumidor vía la imagen y el sonido, para aparecer en el pensamiento de los consumidores, creyendo que tienen “necesidad básica” de algo, al tiempo que ignoran la eficacia de las operaciones comerciales que las sustenta, considerándolas como si hubieran estado ahí siempre. Entonces le apostaron -sin darse cuenta- a la lógica de la modernidad: a la moda y por lo tanto a lo desechable. (Digo sin darse cuenta, porque los efectos de ello son desastrosos, y nadie en su sano juicio los elegiría a voluntad. Solo quien está acostumbrado a las lógicas del mercado, esas lógicas donde el decir no importa; donde la volatilidad del mercado es la constante y las seguridades se basan en especulaciones; donde solo se busca cautivar con la imagen (la foto familiar con perro y toda la cosa; la foto con el pueblo, con las mujeres, con los ancianos, con los jóvenes; con los inmigrantes, con los campesinos) mientras se consiga el objetivo: tener el voto del ciudadano. Todos lo hemos vivido, aunque no todos lo advertimos)
Cuando escuchamos los anuncios de radio y televisión del actual presidente Vicente Fox -también empresario- se puede constatar las lógicas de mercado en relación a la política, y al servicio público. Se mencionan algunos logros (estadísticas) de su administración, y al final una voz grave dice con rapidez la consigna -equivalente a la que otrora se obligara a decir a las empresas de refrescos embotellados y tabaco “Come frutas y verduras”, “Lávate la manos después de ir al baño”, “Fumar es causa de cáncer y enfisema pulmonar” etc.- “Este anuncio es ajeno a todo partido político queda prohibido su uso para fines ajenos al desarrollo social” estamos presenciando el surgimiento de una nueva forma de hacer campañas políticas, a la manera de un comercial de televisión que busca vender, y vender para dominar el mercado. Por ello la importancia vital de la aprobación de una ley televisa en nuestro país, que favorece a los monopolios de tal industria. Arquímedes decía: “Dadme una palanca y moveré al mundo” las palancas actuales son los medios de comunicación, en particular la televisión, y sus patrocinadores, sus productores. Entonces adquiere sentido lo de las elecciones más largas y más caras. Más largas, puesto que a mayor tiempo de exposición (repeticiones en radio y televisión) del televidente, mayores emociones se suscitan. Y las más costosas, puesto que los pendones y tiempo al aire se cobran muy bien.
Haber introducido las campañas políticas a las lógicas más extremas del mercado, a través de los medios de comunicación, como si se estuviera vendiendo un producto y de paso desacreditando a los otros, y a sus marcas, priva a la palabra de su fuerza y sustento, porque la mercadotecnia, esta técnica de masas, de mercado, es el eco hueco de la palabra confiscada (secuestrada) por el dinero, por sus intereses. La palabra se desgasta porque los slogans pueden no ser ciertos, basta con que te le creas y lo compres, al menos una vez. Lo que se persigue es cerrar la venta, eso es todo el asunto. Eso lo sabe bastante bien una hermosa fémina suspicaz e intuitiva a quien los hombres se le acercan con el solo objetivo de llevarle a la cama, y nada más. Sabe que las estrategias de conquista (¡Verbo mata carita! y carterita mata todo) están ahí de forma egoísta y no por darle su lugar a ella, o compartir la vida a su lado. Igualmente las palabras de los candidatos desfallecen ante las encuestas que favorecen a todos, como posibilidad de buscar en los números (en las matemáticas) esa realidad certera, ideal, añorada desde tiempos de Platón. Las palabras desfallecen ante la imagen y sonido de la televisión y del dicho que se repite una y otra vez en la radio; igualmente ante las pancartas adornadas con corbatas de metro-sexual, carillas, dientes blanqueados; ropas y vestidos vistosos, alaciados y botox que enmarcan rostros de facia poker, sin gestos e inexpresivos de los cuales –como decía mi abuela- hay que cuidarse más. (Al menos antes podía uno conocer a la gente por sus expresiones, hoy eso ha quedado borrado, suprimido; el arte de mentir es un valor en la lucha por dominar los mercados, en última instancia por el poder económico y político)
¿Cómo entonces confiar en las elecciones y candidatos? ¿Cómo confiar en lo que dicen las instituciones, si se le ha apostado a comprobar su honorabilidad y transparencia a partir de que se dice en la televisión -una y otra vez- que son transparentes y muy honestas, como antaño se decía de alguien que era de “buenas familias de buenas costumbres” ¿Qué acaso no somos concientes los mexicanos de nuestra historia, de la extensa cauda que puede y debe ser pisada, de la “cola” que nos pisen, pa´que me entiendan todos? Pues sabiendo donde estamos parados: con un pasado y presente de desconfianza, de corrupción, de fraudes y demás triquiñuelas electorales… Que a lo largo y ancho de la historia han aparecido y que son parte de nuestros temores, casi de nuestras certezas desconfiadas que nos hacen reconocer las nuevas formas en que ésta se presenta, aunque se piense que se ven moros con tranchetes. Aunque muy emperifolladas, cuidando la imagen a toda cosa, puesto que la imagen- según dicen los mercadotecnistas- vende y vende mucho. Una imagen dice más que mil palabras. Pero al mismo tiempo se queda estática; fija, y por lo tanto muerta, carente del dinamismo de los hechos; al igual que los slogans de campaña. Como por ejemplo la sensación de desagrado de un x ciudadano al ver las sonrisas de oreja a oreja de un pendón de Arturo Montiel después del escándalo de enriquecimiento ilícito, tanto nacional como en el extranjero.
El espacio y tiempo, dos dimensiones que es necesario acotar en la vida, me plantean el reto de desenmarañar y clarificar el abstencionismo sufragante, a sabiendas de estar en vías de solución, más nunca concluido. Son tales unas vías para entender tal fenómeno electoral: no solamente como un problema moral del elector, que “supuestamente” se desentiende de su “realidad”, de “su México”, sino como un efecto, como respuesta a las lógicas de mercado –cambiantes y desechables a la espera de otra novedad- que se han utilizado para exponer y transmitir mensajes sujeto a tales estrategias. Sonando hueco y sin sentido. Si a alguien no le gusta lo que dice un x candidato, entonces puede simplemente cambiarle de canal a algo que si le agrade y le llene de placer, con la ilusión de que no pasa nada, de no implicación para el país, de las lógicas de la satisfacción inmediata, condicionadas por el querer: “¡No lo quiero!”, no lo compro” y por eso le cambio, porque tengo el control de la tele, así como supuestamente el de mi vida. Es cuando sucede algo desastroso para la humanidad: se ponen en igualdad los productos de consumo y los problemas y conflictos sociales a los que todos estamos convocados por el hecho de ser situaciones humanas
Si lo que el electorado escucha son ideas y planes articulados en plataformas de campañas que hacen referencia a problemas del país, ¿Cuáles de esas ideas se acercan más a tocar las nociones que cada cual tiene de su país, de la realidad más próxima económica, política, cultural, educacional, etc.? Tal suceso le hará identificarse con determinada ideología y discurso partidista; en última instancia con determinado candidato y emitir su voto. Debido a que los ciudadanos no podemos acceder a la experiencia plena de México. De hecho nadie lo puede, lo cual física e ideológicamente es imposible habiendo tantas diferencias (no solamente económicas sino idiosocráticas, culturales) y siendo México una extensión territorial tan basta, llena de matices, contextos y realidades diversas que cada una por su lado van tejiendo lo que se denomina –solo por referencia al lenguaje, porque en lo concreto no existe tal- La vida (unidad) nacional. Si ahora aparece el discurso que el país está dividido, esa realidad concreta no es de estos tiempos; el discurso sí, pero el país siempre ha estado dividido, al igual que todos los países del mundo lo han estado desde todos los tiempos y seguramente seguirá así. La democracia misma supone la división, la pluralidad del diálogo. Y no la unidad porque se anuncia que todos debemos pensar igual, estar unidos porque así se dice que se debe de estar, y si no uno es revoltoso, un peligro, anti-progresista. En la universalidad de ideas y pensamientos, el reto es el diálogo, la escucha y el respeto, no la unidad a costa del silencio o la confianza por si misma. Y no el dominio vía la televisión y la radio del anuncio, del cliché más acertado. Que en México ha quedado expuesto: las televisoras tienen un peso predominante, que otrora tuviera la iglesia, o la ciencia. De ahí su necesaria regulación a través del IFE y sus organismos de estatales.
El peligro del abstencionismo es considerarlo solamente como un fenómeno individual, personal, cuando es una problemática nacional y no partidista. Aunque cada cual lo lea (lo mida) desde sus intereses. Sin darse cuenta que todos lo producen a través de los ataques, anuncios, spots televisivos que degradan la política, pues ha quedado trasladada a las lógicas que antes solo eran exclusivas de los programas de espectáculos, de chismes y rumores. Ha ido perdiendo su sabiduría, su reflexión. Una solución del abstencionismo -clara y contundente- tomada de la sabiduría popular, esa que en las empresas políticas es a menudo rechazada por considerarla antigua, predominando las certificaciones, que a menudo carecen de lo más esencial, es que: “Obras son amores y no buenas razones”
El acto de votar está sustentado y es promovido mediante dos supuestos básicos: 1) El candidato por el cual estamos votando nos representará ya como servidor público, cumpliendo cabalmente sus promesas de campaña. Aquellas por las cuales lo conocimos y nos identificamos con él. 2) Nuestro voto va a ser respetado. La primera es de amplio espectro, desde un acto de esperanza e idealización más ingenua, casi rayando en la fe (Ciertamente produce el acto de votar, pero en la indiferencia confiada de reflexionar el sufragio. Al futuro ese ciudadano puede prescindir de observar y demandar a los gobernantes resultados efectivos, produciéndose un voto por inercia tradicional, por los colores de un equis partido, por puro “Amor a la camiseta” -pase lo que pase, sea quien sea) hasta la emisión del voto razonado y más critico; producto del discernimiento por la escucha y lectura atentas de lo que el candidato propone, ha propuesto y cumplido en su historia política como servidor público local, estatal o federal; además de conocer ampliamente las diversas situaciones que enfrenta el país, contrastando las opciones más viables que son propuestas por los candidatos durante las campañas electorales. Ese sería el voto del ciudadano no solamente informado sino formado ampliamente, por experiencia y análisis de las situaciones locales, nacionales e internacionales que implican al país. Ello, como todo terreno ideal, no sucede a menudo. Las causas de sus orígenes se remontan a la historia misma, en particular a la desvinculación entre pensamiento, saber y vida cotidiana, como ideales alcanzables; comunes a todos y no exclusivos de “expertos” y “pensadores”; de especialistas. Como solución de tal lastre idiotizante se propone la educación para todos, se dice que es el antídoto contra todos los males sociales. Aunque en lo concreto se ignore el como hacerlo.
En cambio lo que sucede podría ser equiparable a los encuentros y desencuentros durante el noviazgo, antesala al matrimonio. Mientras que en el ascenso a la conquista de los amantes el cortejo es detallista y minuciosamente meloso, cual excelsa y exquisita pieza barroca. Los enamorados viven constantemente al pendiente de aquel rasgo, de aquella palabra o sonrisa que colme –aunque sea momentáneamente- de la alegría certera por la reciprocidad enamorada. Una vez conseguido el corazón de la persona amada la presión cesa. Ahora los demonios de la tranquilidad e indeferencia acechan, hijas malditas de la confianza ingenua de creerse él o la única poseedora del corazón de aquel apuesto galán o de aquella hermosa dama. El peligro es que las cosas se enfríen, que se hagan monótonas, cíclicas y rutinarias; hasta los besos y abrazos adquieren sabores desabridos, se marchitan. El pulso acelerado y sorpresivos espasmos de vientre van cesando, van desapareciendo, finalmente se estabilizan, adquieren un solo ritmo, el del fastidio y la vida sin sueños; anunciando –siendo un síntoma- de la muerte del amor. En algunos casos, después un leve “brillo” matrimonial hace pensar –otra vez cargado de ingenuidad- que las cosas estarán mejor por si solas, sin que uno haga nada; lo mismo con cada uno de los nacimientos de los hijos. ¡Pero no! nunca es así, pues la indiferencia se plantó desde el principio, la confianza ingenua en la posesión y conquista del amor una sola vez, ubicada en el pasado la seducción enamorada; fijada en el desgaste de una foto de alcoba, cubierta de una fina película de polvo que engriese todo. Entonces la caída de la frustración nos lanza pendiente abajo, añadiéndosele responsabilidades y más responsabilidades, llenando el espacio y tiempo que debería servir para amar, en espacio para sobrevivir a pesar de, desgastando la vida, desgastando el amor; confortándose efímeramente. En este caso la causa del derrumbe amoroso es la indiferencia y la confianza ingenua. La misma que se cuela silenciosamente y produce el abstencionismo sufragante degradando los más grandes y bellos ideales políticos -pariente de la felicidad basada en la ignorancia, del no saber para no sufrir “Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el dicho- Al cabo nos encantamos de fútbol, de televisión; de cerveza y botanas; de jovencitos y jovencitas –y otros no tanto- berreando, cantando o bailando por un sueño (Al menos ello tienen uno y hacen algo con su deseo) ansiando que la selección mexicana de fútbol ahora si gane el mundial ¿Por un sueño? Mientras que el sueño de México postrado está en un gran letargo, en coma.
Ese sueño como deseo, como anhelo, no se concreta, no pasa a la vida cotidiana de los mexicanos. Mientras algunos habitamos casas hechas de concreto y varilla, -a muchos otros ni para eso les alcanza- la mayoría lo hace en rejas que aprisionan la voluntad y mente de sus cuerpos embrutecidos por tanto “pan y circo” Y lo que es peor, el alma, el espíritu de participación en la construcción del bienestar para el país, vía el sufragio razonado, está embrutecido, cuando no secuestrado, mutilado, asesinado,
Esa es la indiferencia que teje el fastidio del electorado que prefiere quedarse en su casa absteniéndose de votar. Me pregunto, haciendo de estas líneas un espacio común de búsqueda personal con la posibilidad de extender la reflexión a un grupo más amplio de la población. ¿Por qué? ¿Por qué abstenerse de votar? ¿Acaso se les ha acabado la ilusión, la confianza y ganas de dar SU opinión por SU país, SU estado, SU municipio, SU distrito? ¿Acaso se les ha perdido SU credencial para votar? O Simplemente llenos de güeva y artos, con la cruda acuestas, no quieren hacer fila ni mancharse SUS pulgares porque la tinta huele “bien gacha”. Será esa la razón del que prefieran replegarse en la aparente “seguridad” ilusoria de las cuatro paredes de SU “realidad”, hecha de otras actividades en lugar de ir a votar por SU país. ¿Qué harán el resto de SU tiempo, tiempo en que los gobernantes que no eligieron estarán en funciones? ¿Acaso se creerán la estupidez que se repiten a cada instante “¡Al cabo yo no voté por él!”? Como si el no votar librara de los efectos de los errores o aciertos de tal servidor público. El hecho de que no hayan poseído la convicción de que se trata de SU elección, absteniéndose de emitir SU voto, no exime de que ese gobernante es SU gobernante, pues al vivir en un país uno no puede abstraerse de los efectos de la vida pública, gestada por los intercambios entre los poderes y la sociedad que los elige. Como si quedarse callado y sentado sin votar, evitara –mágicamente- que uno se atorara en una inundación porque uno no votó por el que debería de haber arreglado el drenaje pluvial, o gestionado cuotas de gas más justas. Como si fuera posible “no ser tocado” por la realidad, alcanzado por ella, porque no fue la que uno decidió.
“Si no votas no te quejes” rezaba el slogan, haciendo uso un poco de psicología inversa, -efectiva solo con tontos muy tondos o gente muy orgullosa, que da lo mismo, en tanto manifestación de un tipo de estupidez- El slogan expone la actitud indiferente que –no podemos negarlo- habita en el corazón y razón de la identidad del Mexicano, el ¡Me-vale-madres! Que tanto ayuda –al tiempo que perjudica- a soportar las dificultades y tragedias echadas a cuestas justamente por la indiferencia de presenciar el nacimiento y desarrollo de conflictos importantes sin hacer nada. En se sentido la indiferencia es la causa y también el medio para tolerar la tragedia. El mejor ejemplo cotidiano de esto. Mi madre decía de mi abuela -su madre- que había logrado vivir muchos años gracias a que “todo se le escurría”; que era indiferente a muchos problemas de la vida, al grado de la “bella indiferencia” de la histeria de algunas féminas que se quejan de que los hombres les vean con lujuria, no advirtiendo que enseñan los calzones a los cuatro puntos cardinales. Ciertamente no eran tales las gracia de mi abuela materna, pero si el rasgo despreocupado de la ausencia de tensión inherente a la solución de los problemas de la vida, generador de muchos otros, que le otorgó conservarse muchos años. Este exponente de la indiferencia: el vale-madrismo-del-mexicano es al mismo tiempo su principal ruina y salvación –antídoto, protección burbujeante, ilusoria, quimérica- contra la tragedia. Del paradójico y folklórico vale-madrismo del mexicano. En una patria que se enorgullece de tratar muy bien a las madrecitas, de respetarlas, siendo capaces de lidiarse a golpes con cualquiera a la menor alusión a la progenitora, vale-madrismo debería ser sinónimo de excesiva importancia, sin embargo guarda su acepción de excesiva indiferencia. Descubriendo su verdadero significado: compensación excesiva del mal-trato que se le prodiga a las madres durante todo el año, durante todas las épocas sin tiempo ni espacio. En relación con el voto, imaginemos. ¿Apoco un voto afecta tanto? Y a parte con baja autoestima, pues siente que su opinión no vale, que no cuenta, que no sería decisiva. Ese es el efecto del valemadrista, su pecado lo acecha, pues éste está condenado a retornar; y la mayoría de las veces con más fuerza, con más violencia. Al devaluar “SU realidad” no se da cuenta de que también él en cuanto parte de ella y por lo tanto del problema, ergo de la solución, también se devalúa.
El problema del abstencionismo tiene una explicación, no se genera espontáneamente. A la indiferencia del ciudadano le subyacen ideologías simplistas y despreocupadas, producto de la ignorancia; sustentadas por el excesivo individualismo, de creer que de la puerta para dentro “eso” no nos afecta, ¡Nosotros estamos bien! Por otro lado la historia mexicana posee una larga cauda que puede ser pisada; que no podemos negar, sino reconocer para aprender de ella, y principalmente para lidiar con ella de manera práctica. De nada sirve aprender de los errores de la historia si ello no produce un efecto real, concreto y practico que solucione problemas concretos y no teóricos. Lo contrario sería poseer un gran conocimiento producto de la acumulación de información, junto a una gran torpeza para solucionar los problemas concretos de la vida, los problemas de la experiencia. Quedando expuesto la inutilidad del intelectual: su torpeza en lo concreto.
Una de tales enseñanzas históricas de las elecciones mexicanas, que por cierto no es ningún secreto para el imaginario nacional que teje conceptos de las corruptelas, en aras de entenderla para poder lidiar con ella y en cierta forma -por que no- consentirla, como lo es el de mapachismo, charrísmo, embarazo de urnas etc. Es que los votos –en muchas ocasiones- no se han contado adecuadamente. Como ejemplo, dos hechos. Mi abuelo, comerciante de un pueblo en Nuevo León, nos narraba molesto las maniobras (llenado de votos; votar más de una vez) que en las primeras décadas del s. XX se hacían para favorecer al candidato determinado a priori como futuro presidente; el famoso Tapado, destapado por Dedazo –otros dos conceptos de nuestro lenguaje político mexicano. ¡Y realizadas ante las miradas de todos! Como ahora se cita la historia de 1988, reconociendo públicamente a todas luces el fraude electoral que le robó la presidencia al Ingeniero Cuauhtemoc Cárdenas. Como si se tratara de una amada efeméride, recordada con un dejo de nostalgia auto-culpíjena expiativa, de lo mal que estamos, de lo mucho que nos falta. Después de eso vino el Instituto Federal Electoral, descentralizando las elecciones que otrora estuvieran a cargo del Secretario de Gobernación, elegido por el presidente, parte de su gabinete.
Pero prometí analizar algunas causas del fenómeno del abstencionismo. Y como yo cumplo mis palabras. O al menos trato de ser en la medida de lo posible congruente. Ahí van. Pensemos por ejemplo en un principio básico de las campañas electorales. Sí, si en esas campañas electorales mexicanas, las más largas y más caras del mundo, financiadas con nuestros impuestos. Sí, en este país, México, donde coexisten los dos polos extremos: la pobreza y la riqueza, es donde más se gasta en elecciones, ¡En todo el mundo! Ni siquiera las grandes potencias lo hacen. El presupuesto que el IFE entrega a los partidos para sus elecciones es el más inmenso del planeta, del sistema solar, ahora ya sin plutón. ¡Basta! Tratemos de dejar de lado ese pensamiento que logró colarse, robándonos la paz y empañando nuestro pensamiento, al tiempo que calentándonos la sangre a punto de ebullición. Uno, dos, tres, toma aire…profundo, profundo...más, más, aguanta, aguanta –piensa que es por tu bien- y, suelta ¡¡¡uffff!!! ¡Ya está! Te decía, un principio fundamental en la vida, no solamente en las campañas electorales, es el cumplimiento de lo que se dice, de lo que se ofrece. A lo que popularmente se conoce como tener palabra.
Los seres humanos disponemos de un lenguaje que nos permite comunicarnos a través de los conceptos que intentan representar nuestra realidad circundante. La palabra, por ser un sistema simbólico se presta a múltiples significados e interpretaciones, lo mismo que mal-entendidos, tergiversaciones, juicios, conclusiones, etc. De ahí que la precisión al hablar se convierta en un ideal imposible de alcanzar del todo. Aunque todos hablamos no todos tenemos la habilidad de realizar grandes y exactas descripciones de lo que vemos, sentimos, pensamos y queremos o vamos a hacer, cual afamado y condecorado escritor. Pero tampoco es imposible. Para ello es imprescindible la lectura: adentrarse en las narraciones de aquellos que han convertido lo vagamente sensible y pensable, en bellas sinfonías lingüísticas. Para así poder salir de lo indescifrable de nuestra experiencia. Ya que el requisito básico para la solución de cualquier problema o conflicto es nombrarlo, delimitarlo. Poner en palabras el sufrimiento y las dificultades permite no desfallecer ante la angustia sin rostro y sin nombre; así como pensar después sus posibles vías de solución.
Pero las palabras no lo son todo, a ellas también las soportan gruesos peldaños. Los peldaños del obrar en consecuencia a lo que se ha dicho. Es su contenido, el alimento vital –y no un simple antojo- que nutre y vigoriza el discurso. “Las palabras se las lleva el viento, el testimonio arrastra” proclama la sabiduría popular. ¿Por qué el viento, ese viento que refresca y conforta, se llevaría las palabras? ¿Acaso están el viento y las palabras, hechas de la misma cosa: puro aire? (Como cuando alguien dice la expresión, ¡Eso es puro pedo! O ¡Eso lo dio de los dientes para afuera! Un dicho de puro aire que no convence, con no es sustentado) Si el medio de las palabras es el aire; su causa, el sonido vibrante viajando por los cielos; emergiendo del efecto del repliegue -como acordeón- del diafragma por la fuerza de unos pulmones, bolsas aéreas; articulados a través de las vibraciones de las cuerdas bocales, las posiciones de la lengua y las gesticulaciones de los labios y la boca, produciendo los sonidos que forman las palabras y las oraciones, los enunciados que van dibujando las ideas. Éste es el proceso fisiológico subyacente al acto del habla, de donde adquiere su sonoridad y resonancia, pero no es su fuente de inspiración creativa, su causa final. Esa está en los ideales y valores; en las intenciones y razones que producen las convicciones; las maneras de ver el mundo, las idiosincrasias; que en democracia son diferentes y pueden ser votadas.
Tenemos entonces que las palabras, inherentemente incompletas, incapaces de explicarlo todo de una sola vez, son sustentadas por acciones concretas, con la fuerza de permanecer en la memoria de otros, no solamente porque se han dicho, sino porque se han hecho. Porque tienen un efecto real, concreto. Sencillamente prometer que se va a construir un puente y hacerlo. Ya que lo dicho -está más que comprobado- tiende a desaparecer con el tiempo. Sí, el testimonio arrastra ¿Qué es entonces el testimonio? Definirlo es paradójicamente anti-testimonial, pues el testimonio es justamente hacer y no decir. Pero solo por un sentido didáctico. Así de sencillo y para acabar pronto. Lo repito: El testimonio es hacer.
Con la separación de estos dos elementos, -que lamentablemente son dos y no uno- pues pertenecientes a dos órdenes distintos: decir y hacer, se produce el efecto de devaluación de las palabras cuando van separándose del obrar, cuando carecen del mínimo sustento. Ello genera memorias, memorias que son recordadas una y otra vez en función de un evento parecido a “aquellos” fantasmas del pasado; sumándosele al hecho actual la frustración de aquellos tiempos evocados. Articulando así la cauda larga que se mencionaba casi al inicio. La solución, tan simple y compleja a la vez: ¡Cumplir lo que uno dice!
Pasemos ahora a otro terreno no menos resbaladizo y escabroso, íntimamente relacionado con el abstencionismo: ciertos elementos de la historia universal que le han dado forma a nuestro mundo a partir de la revolución industrial del s. XIX. ¿Por qué irse tan lejos? Seguramente cuestionará el iletrado o simple “flojonaso” analfabeta funcional, que desacredita la historia porque le da güeva; historia que por estar tan cerca le impide ver su realidad, y por ello condenado a repetir los mismo errores de sus antepasados en sí-mismo, perpetuándolos en sus hijos y nietos. Esos acontecimientos consistieron en el surgimiento de un nuevo orden de producción industrial, tendiente a corto, mediano o largo plazo a dotar a la población de ciertos bienes. Si antes el interés primordial era el arado, la yunta y semillas. Ahora el acento se trasladaba a las actividades de producción industrial; se suple el arado por los engranes. Al paso de los años la experiencia y desarrollo técnico acumulado fue organizando las economías en base al consumo. Una vez lograda la producción de los productos necesarios, los llamados productos básicos, fundamentales para la vida. La siguiente estrategia consistió en potenciar el consumo diversificándolo. Dándose la siguiente evolución de las actividades de supervivencia humana: recolección de frutos, caza y pesca de los tiempos nómadas; la agricultura y ganadería conquistas que posibilitaron los primeros asentamientos extendiéndose por toda la edad media hasta el renacimiento, posteriormente con el surgimiento de los comerciantes y una nueva clase social, la burguesía; hasta la revolución industrial que logró trastocar nuevamente los ordenes sociales y económicos feudales para dar paso a los industriales; dando inicio al predominio de la industria, del estado o privada, enmarcando la vida en las ciudades.
Ello solo fue posible gracias al desarrollo en paralelo de la sociedad de la comunicación, trazada a través de las redes de los medios de comunicación: desde las más clásicas nociones astronómicas; la cartografía; la confección de embarcaciones fuertes, capaces de navegar exitosamente; el surgimiento del telégrafo, el teléfono, la radio y la televisión; pasando por la ingeniería espacial y de telecomunicaciones que pone satélites en orbita alrededor de nuestro planeta y de muchos más; la Internet capaz de unir en segundos la información surgida desde los lugares más remotos. Definitivamente los adelantos nos rebasan. Incluso aseguro sin miedo a equivocarme, tan solo por un supuesto tal vez un poco ingenuo, pero no menos realista hoy en día, que mientras escribo está surgiendo nueva tecnología capaz de perfeccionar las vías de información. Aquel mundo organizado feudalmente quedó atrás –aparentemente- reconfigurándose sobre la base de la producción industrial, de ahí las sociedades de consumo, y finalmente las sociedades de la información en donde la mercadotecnia es la vanguardia. Ya que de lo que se trataba en un inicio en la revolución industrial era dotar de los productos básicos a las sociedades. Ello no requería promover la necesidad, puesto que ella estaba instalada desde siempre, de ahí que se les denomine necesidades básicas. Posteriormente al ser satisfechas las necesidades más básicas a un grupo más o menos general de la población, ahora la producción se plantea la posibilidad de continuar desarrollándose a través de la diversificación de productos, ya no solo de primera necesidad, sino de segunda, tercera, cuarta…-el orden es lo de menos, éste ha quedado trastocado desde hace ya tiempo. Pero ¿Cómo ofrecer un producto que no es de primera necesidad? Muy fácil, ya que el orden de lo humano es inherentemente cultural y por lo tanto subjetivo, es posible crear nuevas y muy variadas “necesidades” –por nombrarlas de alguna forma- más honestamente sería llamarlos deseos, caprichos, gustos, y por ello en relación al placer y al confort. Productos encaminados a hacernos, simple y llanamente, la vida más fácil y placentera. (Haber ¿Qué levante la mano el que no quiere vivir una vida más cómoda y placentera?) Ahí es donde históricamente se introduce la mercadotecnia, la técnica de mercado con sus estrategias para introducir esos productos, -que estamos de acuerdo- no parten de necesidades básicas, sino de múltiples –necedades- secundarias. Mercadotecnia, no es más que el eco hueco de la palabra confiscada (secuestrada) por el dinero y sus intereses. Aunque el ser humano ya no sepa reconocer lo básico de lo accesorio, solo gracias a la experiencia de privación e inminente muerte como le sucede a un naufrago o un moribundo, buscamos a menudo la facilitación de la vida. La cultura misma surge de la negación fundamental de las condiciones naturales. (¡No, si la tecnología la han creado los güevones! partiendo de la pregunta fundamental de cómo hacer las cosas más sencillas, con el menor esfuerzo, como la diferencia abismal de teclear y corregir este ensayo en maquina de escribir o en computadora.) Surgen las nociones de un mercado que hay que conquistar para poderle vender un producto que por principio no es básico, pero que haciendo ciertos trucos –estrategias, se dirá- que le hablen a esa característica inherente de la condición humana que es el placer y el deseo, ausente en los animales al poseer ellos una necesidad programada instintivamente. Produciéndose el encuentro del slogan exacto que toque el deseo, la carencia, por lo tanto al placer más humano; enlazándolo a valores -netamente humanos- como la dignidad, la seguridad, la felicidad, el poder, la belleza. Completando la formula sofista subyacente a la lucha por dominar el mercado: “Si compras esto, entonces tendrás, y por lo tanto serás…feliz, alegre, ¡Puedes gozar teniendo esto! Puedes ser rico, poderoso, satisfecho, galanazo, mujer fashion, metrosexual, ubersexual, vivisexual, democrático, justo, cool, etc., etc. etc. Produciendo la ilusión de que tales valores pueden ser comprados. Como sucedió durante la Edad Media al enlazar la salvación con el dinero, la iglesia vendía indulgencias que absolvían los pecados cuando no aseguraban la entrada al cielo a sus fieles. Recientemente se comenzaron a vender pulseras con la inscripción de un valor (justicia, honestidad, verdad…) Ejemplos del surgimiento de las sociedades de consumo y por lo tanto de la información (radio, prensa, televisión, Internet, etc.) Quien controle “lo que se dice” de tal producto –masivamente- entonces dominará el mercado, controlará su demanda. Entones la cosa se va complicando, pues si el mercado hay que dominarlo es porque no existe un único producto, sino muchos tipos de un solo género. Como por ejemplo muchas marcas de refresco o muchos medicamentos. O lo que el colmo de la locura mercadológica, muchas marcas de agua embotellada. ¿Por cuál decidirse? ¿La más barata? ¿La de mejor calidad? ¿La más sabrosa? ¿La más inodora, incolora e insípida? ¿La que posea menos sales porque le hacen a uno retener líquidos y por lo tanto tener una gordura acuosa más o menos transitoria? Etc. etc. etc.
Pero y ¿Eso que tiene que ver con la política, los candidatos, los partidos y el abstencionismo y las posibilidades que tienen los partidos y las diversas instituciones, la sociedad en general de hacer del voto una fuerza y no un simple trámite valemadrista que entrega el alma y cuerpo del país a unos cuantos? Justamente porque desde hace algunos años se introdujeron en nuestras luchas políticas mexicanas las nociones de la mercadotecnia, como la pulcritud y cuidado de la imagen; los eslogan apantallantes; los spots en radio y televisión, cual letanía o cliché desgastado al paso del tiempo de las modas; la falta de la fuerza de los actos que expone una gran carencia, por no decir un gran vacío de ideas eficaces sustentadas con actos, con hechos. Se ha optado por las luces de los reflectores; (Por las campañas más largas y más caras del planeta) Al cabo los mexicanos no leen y eso si, todos tienen tele; hasta en los hogares más humildes no falta la “niñera” y educadora universal; la caja endemoniada que succiona el tiempo y las ilusiones a la humanidad, otorgando (vendiendo, canjeando, desechando) deseos a quien no tenga unos propios.
Cuando los candidatos decidieron contratar estrategas de campaña, formados en logísticas empresariales como nuestro actual presidente, Vicente Fox y la publicista que creara el slogan del Palacio de Hierro “Soy totalmente palacio”. Versados en las más finas y creativas técnicas de conquista de mercados, a fuerza de repeticiones, clavándose en el cuerpo del consumidor vía la imagen y el sonido, para aparecer en el pensamiento de los consumidores, creyendo que tienen “necesidad básica” de algo, al tiempo que ignoran la eficacia de las operaciones comerciales que las sustenta, considerándolas como si hubieran estado ahí siempre. Entonces le apostaron -sin darse cuenta- a la lógica de la modernidad: a la moda y por lo tanto a lo desechable. (Digo sin darse cuenta, porque los efectos de ello son desastrosos, y nadie en su sano juicio los elegiría a voluntad. Solo quien está acostumbrado a las lógicas del mercado, esas lógicas donde el decir no importa; donde la volatilidad del mercado es la constante y las seguridades se basan en especulaciones; donde solo se busca cautivar con la imagen (la foto familiar con perro y toda la cosa; la foto con el pueblo, con las mujeres, con los ancianos, con los jóvenes; con los inmigrantes, con los campesinos) mientras se consiga el objetivo: tener el voto del ciudadano. Todos lo hemos vivido, aunque no todos lo advertimos)
Cuando escuchamos los anuncios de radio y televisión del actual presidente Vicente Fox -también empresario- se puede constatar las lógicas de mercado en relación a la política, y al servicio público. Se mencionan algunos logros (estadísticas) de su administración, y al final una voz grave dice con rapidez la consigna -equivalente a la que otrora se obligara a decir a las empresas de refrescos embotellados y tabaco “Come frutas y verduras”, “Lávate la manos después de ir al baño”, “Fumar es causa de cáncer y enfisema pulmonar” etc.- “Este anuncio es ajeno a todo partido político queda prohibido su uso para fines ajenos al desarrollo social” estamos presenciando el surgimiento de una nueva forma de hacer campañas políticas, a la manera de un comercial de televisión que busca vender, y vender para dominar el mercado. Por ello la importancia vital de la aprobación de una ley televisa en nuestro país, que favorece a los monopolios de tal industria. Arquímedes decía: “Dadme una palanca y moveré al mundo” las palancas actuales son los medios de comunicación, en particular la televisión, y sus patrocinadores, sus productores. Entonces adquiere sentido lo de las elecciones más largas y más caras. Más largas, puesto que a mayor tiempo de exposición (repeticiones en radio y televisión) del televidente, mayores emociones se suscitan. Y las más costosas, puesto que los pendones y tiempo al aire se cobran muy bien.
Haber introducido las campañas políticas a las lógicas más extremas del mercado, a través de los medios de comunicación, como si se estuviera vendiendo un producto y de paso desacreditando a los otros, y a sus marcas, priva a la palabra de su fuerza y sustento, porque la mercadotecnia, esta técnica de masas, de mercado, es el eco hueco de la palabra confiscada (secuestrada) por el dinero, por sus intereses. La palabra se desgasta porque los slogans pueden no ser ciertos, basta con que te le creas y lo compres, al menos una vez. Lo que se persigue es cerrar la venta, eso es todo el asunto. Eso lo sabe bastante bien una hermosa fémina suspicaz e intuitiva a quien los hombres se le acercan con el solo objetivo de llevarle a la cama, y nada más. Sabe que las estrategias de conquista (¡Verbo mata carita! y carterita mata todo) están ahí de forma egoísta y no por darle su lugar a ella, o compartir la vida a su lado. Igualmente las palabras de los candidatos desfallecen ante las encuestas que favorecen a todos, como posibilidad de buscar en los números (en las matemáticas) esa realidad certera, ideal, añorada desde tiempos de Platón. Las palabras desfallecen ante la imagen y sonido de la televisión y del dicho que se repite una y otra vez en la radio; igualmente ante las pancartas adornadas con corbatas de metro-sexual, carillas, dientes blanqueados; ropas y vestidos vistosos, alaciados y botox que enmarcan rostros de facia poker, sin gestos e inexpresivos de los cuales –como decía mi abuela- hay que cuidarse más. (Al menos antes podía uno conocer a la gente por sus expresiones, hoy eso ha quedado borrado, suprimido; el arte de mentir es un valor en la lucha por dominar los mercados, en última instancia por el poder económico y político)
¿Cómo entonces confiar en las elecciones y candidatos? ¿Cómo confiar en lo que dicen las instituciones, si se le ha apostado a comprobar su honorabilidad y transparencia a partir de que se dice en la televisión -una y otra vez- que son transparentes y muy honestas, como antaño se decía de alguien que era de “buenas familias de buenas costumbres” ¿Qué acaso no somos concientes los mexicanos de nuestra historia, de la extensa cauda que puede y debe ser pisada, de la “cola” que nos pisen, pa´que me entiendan todos? Pues sabiendo donde estamos parados: con un pasado y presente de desconfianza, de corrupción, de fraudes y demás triquiñuelas electorales… Que a lo largo y ancho de la historia han aparecido y que son parte de nuestros temores, casi de nuestras certezas desconfiadas que nos hacen reconocer las nuevas formas en que ésta se presenta, aunque se piense que se ven moros con tranchetes. Aunque muy emperifolladas, cuidando la imagen a toda cosa, puesto que la imagen- según dicen los mercadotecnistas- vende y vende mucho. Una imagen dice más que mil palabras. Pero al mismo tiempo se queda estática; fija, y por lo tanto muerta, carente del dinamismo de los hechos; al igual que los slogans de campaña. Como por ejemplo la sensación de desagrado de un x ciudadano al ver las sonrisas de oreja a oreja de un pendón de Arturo Montiel después del escándalo de enriquecimiento ilícito, tanto nacional como en el extranjero.
El espacio y tiempo, dos dimensiones que es necesario acotar en la vida, me plantean el reto de desenmarañar y clarificar el abstencionismo sufragante, a sabiendas de estar en vías de solución, más nunca concluido. Son tales unas vías para entender tal fenómeno electoral: no solamente como un problema moral del elector, que “supuestamente” se desentiende de su “realidad”, de “su México”, sino como un efecto, como respuesta a las lógicas de mercado –cambiantes y desechables a la espera de otra novedad- que se han utilizado para exponer y transmitir mensajes sujeto a tales estrategias. Sonando hueco y sin sentido. Si a alguien no le gusta lo que dice un x candidato, entonces puede simplemente cambiarle de canal a algo que si le agrade y le llene de placer, con la ilusión de que no pasa nada, de no implicación para el país, de las lógicas de la satisfacción inmediata, condicionadas por el querer: “¡No lo quiero!”, no lo compro” y por eso le cambio, porque tengo el control de la tele, así como supuestamente el de mi vida. Es cuando sucede algo desastroso para la humanidad: se ponen en igualdad los productos de consumo y los problemas y conflictos sociales a los que todos estamos convocados por el hecho de ser situaciones humanas
Si lo que el electorado escucha son ideas y planes articulados en plataformas de campañas que hacen referencia a problemas del país, ¿Cuáles de esas ideas se acercan más a tocar las nociones que cada cual tiene de su país, de la realidad más próxima económica, política, cultural, educacional, etc.? Tal suceso le hará identificarse con determinada ideología y discurso partidista; en última instancia con determinado candidato y emitir su voto. Debido a que los ciudadanos no podemos acceder a la experiencia plena de México. De hecho nadie lo puede, lo cual física e ideológicamente es imposible habiendo tantas diferencias (no solamente económicas sino idiosocráticas, culturales) y siendo México una extensión territorial tan basta, llena de matices, contextos y realidades diversas que cada una por su lado van tejiendo lo que se denomina –solo por referencia al lenguaje, porque en lo concreto no existe tal- La vida (unidad) nacional. Si ahora aparece el discurso que el país está dividido, esa realidad concreta no es de estos tiempos; el discurso sí, pero el país siempre ha estado dividido, al igual que todos los países del mundo lo han estado desde todos los tiempos y seguramente seguirá así. La democracia misma supone la división, la pluralidad del diálogo. Y no la unidad porque se anuncia que todos debemos pensar igual, estar unidos porque así se dice que se debe de estar, y si no uno es revoltoso, un peligro, anti-progresista. En la universalidad de ideas y pensamientos, el reto es el diálogo, la escucha y el respeto, no la unidad a costa del silencio o la confianza por si misma. Y no el dominio vía la televisión y la radio del anuncio, del cliché más acertado. Que en México ha quedado expuesto: las televisoras tienen un peso predominante, que otrora tuviera la iglesia, o la ciencia. De ahí su necesaria regulación a través del IFE y sus organismos de estatales.
El peligro del abstencionismo es considerarlo solamente como un fenómeno individual, personal, cuando es una problemática nacional y no partidista. Aunque cada cual lo lea (lo mida) desde sus intereses. Sin darse cuenta que todos lo producen a través de los ataques, anuncios, spots televisivos que degradan la política, pues ha quedado trasladada a las lógicas que antes solo eran exclusivas de los programas de espectáculos, de chismes y rumores. Ha ido perdiendo su sabiduría, su reflexión. Una solución del abstencionismo -clara y contundente- tomada de la sabiduría popular, esa que en las empresas políticas es a menudo rechazada por considerarla antigua, predominando las certificaciones, que a menudo carecen de lo más esencial, es que: “Obras son amores y no buenas razones”
Monterrey, Septiembre 2006
** Psicoanalista, escritor. Profesor de la Facultad de Psicología, Universidad Autónoma de Nuvo León (UANL)
[1] Paz, O. “Mascaras Mexicanas”, en El laberinto de la Soledad México: Fondo de Cultura Económica, 2004, p.35