El escenario se divide, como un tríptico, en tres secciones, que se irán convirtiendo durante el espectáculo en seis planos, pues se ha superpuesto una tela desplazable y diáfana, en un primer plano, donde se proyectan imágenes digitales de diversos escenarios: la naturaleza reducida a luz binaria, desencarnada y artificial. La primera emula el vasto e inagotable universo estrellado, profundo y negro. De fondo, una voz en inglés narra un cierto “inicio”, dice: “somos algo flotando en el tiempo y espacio”, mientras unos acordes suaves musicalizan la escena. Es el espectáculo del Cirque du Soleil, titulado DELIRIUM. Presentado en esta ocasión en la ciudad de Monterrey, Nuevo León, México.
El Circo del Sol es una compañía circense Canadio- Francesa muy exclusiva; en sus filas solo albergan a grandes acróbatas y malabaristas, cada uno especialista en su área. Dos veces han visitado la ciudad de Monterrey (Saltimbanco, 2006; Delirium, 2007)
DELIRIUM, significa delirio. En el campo de la psiquiatría, generalmente se le adscribe exclusivamente a los locos o “enfermos mentales”. Tratándose éste de la construcción verbal, es decir el discurso sobre “x” cosa de la “realidad” alucinada; de las luces que aparecen en el pensamiento y no en la “realidad”. Por otro lado, es el psicoanálisis y el surrealismo, en el arte, quienes se dedicarán a escuchar el sentido de lo que se dice en el delirio. Como forma de dar sentido a lo que se ve en las alucinaciones, pero también no diferente a lo que se experimenta a cada instante en la construcción de la realidad. En ese sentido el delirio funciona como una interpretación –encadenada, y tapadera- de la “realidad” experimentada. Pero entonces visto así, el delirio no sería tan diferente del pensamiento “normal” que algunos suponen solo en “ciertos” seres humanos, sino dominio de las mayorías racionales. De ahí que Jacques Lacan hablara -siguiendo a Dalí- del método de conocimiento paranoico, como método delirante, contenido en la base del pensamiento humano, el llamado pensamiento racional o científico. En cuanto que éste funciona para dar sentido a lo caótico de la ex-periencia; unir con algunos hilos la desgarrada realidad, por la que se introduce el lenguaje.
El centro del espectáculo DELIRIUM es el sueño de un personaje, quien se desplaza por la pista haciendo piruetas, como si flotara en agua o siendo jalado por un viento suave, mientras pende de una gran esfera, que va tomando diversas tonalidades: negra, blanca, roja, amarilla. Lo acompaña además un personaje en zancos, quien como un “maestro de ceremonias onírico” profiere un lenguaje de puro significante: sonidos, chillidos, ladridos…a veces persona, a veces humano, a veces perro, a veces movimiento puro; toma su identidad por el sonido. Pero ¿Qué es el sueño?
El sueño se ha producido de mucho tiempo atrás, los antiguos ya lo veían como oráculo, anticipación, canal de comunicación con los dioses. Sin embargo fue Sigmund Freud
[1] quien descubrió que éste posee un sentido, e ideó la forma, es decir el método, para que el soñante (y no un intérprete ajeno) pudiera descifrar el sentido y significado de sus sueños: el método psicoanalítico de la asociación libre.
[2]Como todas esas imágenes, figuraciones y sensaciones, que van tejiendo el sueño funcionan como un lenguaje figurativo, exclusivo (del Inconsciente) que porta un mensaje sobre el sujeto; un sentido. Al igual que las demás formaciones del Inconsciente (sueño, síntoma, lapsus, actos, olvidos) el sueño irrumpe trastocando la lógica racional que organiza la conciencia.
Posteriormente, los surrealistas, como Dalí y Andre Breton, consideraron al lenguaje del Inconsciente (gráfica y literariamente) como el más genuino y esencial del ser humano, más allá de las convenciones y restricciones morales, ideológicas y racionales, que oprimen al sujeto, llevándolo a refrenar todo el flujo de su vitalidad creativa, siempre viva y transformante. Así mientras la ciencia y la tecnología, el “desarrollo” aplastan, codifican y desencarnan a lo humano, el arte y psicoanálisis soportan la subjetividad. Son famosos los cuadros de Salvador Dalí, en los cuales representa la condición humana (el deseo, la muerte, la vida, la ingravidad…) mediante un sin fin de objetos “inexistentes” e ilógicos, para un mundo igualmente paradójico, que se pretende racional, objetivo y científico: los relojes derritiéndose, pendiendo de la rama seca de un árbol, mientras el espacio se desintegra: Desintegración de la persistencia de la memoria, (1952-1954) o El sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada, un segundo antes del despertar (1944) en donde valiéndose de la condensación de una serie de figuras, plasma una escena onírica.
Pero volvamos a la crónica de Delirium. Después del espacio, de la vida cósmica primigenia. Esa que se supone en la explosión del Big Bang, en donde toda la materia se encontraba apretadamente compactada. Recordemos que esas es una de las hipótesis: que la vida viene del espacio o que al menos la primera forma de vida, la más simple celularmente hablando, proviene del espacio. Entonces se pasa a la tierra inundada, en un caldo primordial, que en un diluvio lo cubre todo. Solo hay potencialidades y luz. En el escenario aparecen personajes emulando movimientos amibianos, brazos extendidos como grandes plantas acuáticas. La música y la iluminación organizan la sensación acuosa de estar sumergidos en el sueño del origen (Al principio solo el espíritu de Dios flotaba en las aguas) entonces en el centro irrumpe un remolino, como de escusado al que se le ha bajado, succionándolo todo, para dar paso a la tierra fértil (entonces separó lo seco de lo mojado) cubierta de miles de plantas, helechos y lirios gigantes, como se cuenta sucedía posteriormente al desborde del Nilo, en Egipto, dejando a su paso una tierra rica para la siembra. Los lirios y helechos gigantescos crecen imponentes y frondosos, mientras cientos de diminutas mariposas revolotean, al son de unos tambores y cantos africanos. Como la misma referencia judeo-cristiana del “Edén” o el origen de la humanidad supuesta en alguna parte del África. Entones de un agujero en el centro del escenario emerge un ser de tierra: el hombre (de humus, el ser de la tierra, el ser hecho de tierra, de ahí humilde, como el que está más cerca de la tierra, conciente de la fragilidad de su condición; dust to dust) Baila, vibra y se contorsiona alegremente con movimientos variados que muestran un cuerpo desorganizado y libre, puro fluido de vitalidad enérgica e imparable, un puro devenir, diría Guilles Deleuze.
Seguido continua la siguiente escena, en donde aparece un volcán, símbolo del lugar puente entre el cielo y la tierra; de encuentro con la divinidad, al igual que las montañas, al cual la masa rinde reverencia, los gestos son clásicos: elevar al cielo la mirada, extender los brazos tras la búsqueda de lo trascendente. De fondo se toca una canción, la cual tiene un estribillo que dice: “Everybody ones knows, everybody ones Lies” en un acto por demás significativo: solo se puede mentir bajo dos condiciones: el surgimiento del lenguaje y el desarrollo de un sistema religioso –por más simple que este sea- que busque unirnos (re-ligere) con lo trascendente de la divinidad; de las fuerzas de la naturaleza (del rayo, el sol, la mar..) a la antropomorfización de la divinidad, haciéndose padre; organizar lo moral (costumbre) entre la divinidad y los mismos hombres.
De ahí se posibilita la siguiente escena: el enfrentamiento entre dos grupos, a los que sigue una luz circulando por el escenario, ante la encantada mirada de todos. Entonces se arman los bandos en lucha, pelean al son del estribillo de otra canción que reza: “One chance get a ticket” (Una oportunidad es un boleto) que plantea que no hay que dejar pasar una oportunidad, como el caso de la fría ideología capitalista que plantearía: toma la oportunidad because, this happen one chance in a life aunque implique el asesinato del otro, su erradicación más salvaje. La escena termina en un gesto de aprisionamiento de la luz hecha esfera. Se presta al humor. Después de todo reímos de lo que nos angustia. Uno de los personajes solicita a la esfera colorada, como si se tratase de un perro, entre en la jaula, ante su reiterada negativa, le grita y regaña, a lo que finalmente accede a irse derechito hasta su jaula-morada. ¡He aquí el domeñamiento del deseo! De lo humano hecho cifra, digito, código.
De ahí aparece una dama curvilínea con movimientos ondulatorios haciendo girar aros por todo su cuerpo. Son los armazones –vacíos- que simbolizan el deseo coautivante e insaciable, ese que transita de la punta de los pies a la coronilla, por todo el cuerpo hecho zona erógena, cual lo dijo Freud. Los agujeros que posibilitan la circulación del deseo; armonizando la carencia, la falta motor que vitaliza todo: incansables vamos en la vida hacia lo que deseamos, tras “eso” que brilla y se esconde en las cosas sin ser las cosas mismas, que nos mira y encanta, enamora y embeleza una y otra vez, ilusionándonos hasta la muerte. Va añadiendo aros como añadimos deseos, la dificultad la hace pesadamente ligera, como la vida-muerte.
Entonces se vuelve al espacio, pero no a aquel estrellado, sino al de las memorias. Se proyecta en el escenario las luces que forman el movimiento de cuadros de espejos brillantes, simbolizando las memorias. Mientras el estribillo de la canción dice: Between fantasy and imagination (entre la fantasía y la imaginación) buscamos aquello lo que nunca hemos perdido. Y el sueño es una realización de deseo, ha revelado Freud.
Entonces van apareciendo fragmentos de espacio, que como memorias se van sucediendo, encadenando, desvaneciendo. Una figura de anciano y de niño, dominan la escena. En sus manos cargan cada uno una esfera roja, símbolo de la vida, del deseo, del tiempo. La del niño es pequeña, juega con ella botándola. La del anciano es grande, cansado, se ha sentado en ella, mientras se levantan y aparecen las manecillas del reloj en ella, el tiempo avanza diferente en cada una.
Entonces los sonidos se intensifican, toman tonalidades pulsátiles como si se tratase del corazón humano, pero emulado por el impacto de unas bocinas gigantescas que vibran sin cesar desgajándose en siluetas de ondas blancas que se transmiten como ondas de agua o aves sin cuerpo, formando los contornos de una inmensa ciudad con grandes edificios y siluetas uniformes de personas en las puertas, es la deshumanización por la seriación; se transmiten desde el escenario a todo el público. Al impacto se convierten en las picos de electrocardiogramas y encefalogramas, en fin, sin las ondas básicas del cuerpo, la energía hecha puro impulso. Los personajes en el escenario no bailan sino se suman a los movimientos que les sugieren las ondas imparables. Sus vestimentas dicen mucho, son ajadas, desgastadas, de rallas grises, como aquellas utilizadas por los judíos durante el Holocausto perpetrado por los Nazis. Que abanderando los ideales del partido, logaron hacer un daño, así como potenciaron la ciencia y la tecnología, solo bajo la suposición de un supuesto “bien” mejor: la limpieza étnica. Los personajes del circo representan solo a los cuerpos reducidos al impulso, simples zombis o autómatas, ya sin lo humano, sin imaginación, espíritu y anhelo, danzando la más macabra de las danzas: la de estar muerto en vida.
El trago es hondo y amargo, le sigue un intento por zurcir el vacío, la nada caótica, el proyecto económico capitalista, salvajemente exclusivo de algunos, que reduce al sujeto a la nada, desencarnándolo, llevándolo al solo usuario que compra, pieza indispensable del ciclo económico: mientras menos piense más comprará. ¡Ponedle una tele enfrente u moveremos el mundo! ¡Solo hacedle creer que es libre y autónomo!
El acto final es una escena típica de carnaval, como esas que conocemos por la ciudad del carnaval, Río de Janeiro
[3], festividades previas al inicio de la cuaresma, tiempo de sacrificio, antes de la Semana Santa. Son muchos personajes ataviados de multicolores chillantes, bailando –cadenciosos y candentes- al son de tambores y estribillos en portugués, entre los cuales resalta la consigna ¡Alegría! Domina una reina del carnaval, quien con largas y amplios faldones color amarillos, como vestida del sol, es elevada al centro del escenario (cual virgen democrática del New Age, capitalista e incluyente de todo, siempre y cuando sea desprovisto de su sustancia –según Zizek) mientras los demás se regocijan debajo de sus faldas, ella los cobija y protege, ella es la esperanza que se fue, esa que se creía perdida. Es morena y de pelos de oro, sonriente y alegre. La fiesta continúa en una explosión de baile, canto y llanto de alegría. Los cuerpos de los acróbatas y del público, titubean, ambos ya cansados se despiden, los unos reverenciando agradecidamente unos aplausos a montones, mientras las luces y sonidos languidecen mostrándonos un escenario vacío. El enigma revelado, no sin cierto costo de angustia y sin sentido, vendrá para aquellos dedicados al desmontaje y limpieza del recinto, en donde a su paso todo vuelve a estar como antes.
Mayo 2007
Monterrey, N.L., México